martes, 30 de octubre de 2007

Ser y hacer torres

Publicado en el diario “El Cronista” (Suplemento especial), noviembre de 2005.

SER TORRE

Es difícil ser torre. Es el arduo destino de lo que se destaca. La torre es siempre una excepción en el tejido y, como tal, y al decir de Nietzsche, sufre “el instinto del término medio contra las excepciones”. Lo excepcional también gana la antipatía a partir de su condición delatora. La monotonía se pone al desnudo frente a lo destacado.
Serán quizás estas razones, junto a otras, las que sostienen la dureza del juicio hacia la existencia de estos edificios. Pero no nos engañemos tampoco. Con las torres ocurre, de alguna manera, lo mismo que con los programas exitosos de la televisión: “nadie” los ve, pero tienen altísimo “raiting”. Asoma un problema de coherencia, ético, en definitiva. El eterno problema de hacer coincidir lo que decimos con lo que deseamos
Será que la gente aprecia la uniformidad y la compacidad urbana como valores, pero es cierto que a la hora de la verdad paga un sobreprecio cierto, con tal de vivir en una de estas vilipendiadas excrecencias. Se exaltan las urbanas fachadas continuas, pero se abominan los patios de aire y luz que estas esconden y que las torres descubren con impudicia. Despertemos: Buenos Aires, definitivamente, no es París, ni lo fue, ni lo será jamás.
Quizás sea hora de abandonar los sueños y los prejuicios, y darles una tregua a las torres. Reconocer sus ventajas, que las tienen, aceptar su diferencia, dispuestos a disfrutar sin culpa de sus beneficios, que exceden a los que las habitan. Valorar que las rupturas del tejido pueden ser también vistas como un aire fresco que insufla en algunos agónicos pulmones de nuestras manzanas. Aceptar también como estética esta heterogeneidad del tejido que sí, es propia de nuestra cuidad. En vez de llorar una ciudad que no fue, se puede intentar algo con esta que irremediablemente es.




HACER TORRES

ESPECIALIDAD

En nuestra profesión, como en general ocurre en las disciplinas no científicas, la especialidad no es algo que se elige. Simplemente llega, aparece por puro caso y con el tiempo se afirma. En un momento indeterminado nace, irremediable como un destino y se afirma con el reconocimiento ajeno: “Ustedes son los de las torres”. Una mañana, fuimos “especialistas” en torres. No es que no hagamos otras cosas, pero, si uno lo aclara, ya está denunciando su condición.
La especialización es, como todas las realidades humanas, moneda de dos caras: tiene las ventajas de lo conocido, pero también su estrechez. Es lindo viajar por otras ciudades, pero es imposible, cuando retornamos al barrio, no sentir el placer de saludar al quiosquero. Las torres son nuestro barrio, del que conocemos bien sus vericuetos, pero no desechamos la invitación a otros destinos. Vivimos, como todos, en la tensión de querer romper los límites y al mismo tiempo disfrutamos de estar al abrigo de ellos.


ORGANIZACIÓN

Todo hacer requiere una organización, proporcional a la complejidad de la tarea a emprender. Simplificando mucho, básicamente, hay dos maneras de organizar un estudio: vertical u horizontalmente. En la organización vertical, cada socio maneja distintas obras (o clientes) y trabaja con un grupo que le responde. Se forman como pequeños “estudios” dentro del estudio, que en un determinado momento coordinan sus tareas. Es una manera de organización muy eficiente y transparente, donde quedan perfectamente delimitados los roles y, sobre todo, las responsabilidades.
La forma horizontal, que elegimos en nuestro caso, parte de otro principio. Cada socio realiza una tarea, la más afín a su perfil profesional y esta se repite para todas las obras, y lo mismo sucede para todos los que colaboran con nosotros. No es tan eficiente, obliga a tomar una cantidad limitada de trabajo y limita el crecimiento. Somos por vocación un estudio con una estructura pequeña. Sin embargo, tiene como ventaja que permite una dedicación especial a los trabajos, donde todos aportan su aptitud mejor, a cada uno de ellos.
La eficiencia es importante, pero no lo es todo, al menos desde nuestro punto de vista.


NEGOCIO

Las torres se hacen a partir de alguien, uno o muchos, que arriesgan su capital para hacer un negocio inmobiliario. Esto es muy importante y es un aspecto que es imposible soslayar en ninguna de las etapas que se recorren. Hacemos edificios que buscan en su móvil inicial un rédito económico, y esto, lejos de ser un obstáculo, muchas veces puede convertirse en un aspecto clarificador. No renegamos de la condición comercial de nuestro trabajo, que tiene, entre otras, la ventaja de poder medir, con cierta certeza, su valor. Creemos que el negocio no tiene por qué ir en contra de la arquitectura y que, por el contrario, puede y debe ser un elemento que la potencie. Por otro lado, de una forma u otra, todo proyecto está sujeto a las frialdades de la economía.
Este es un aspecto que parece muchas veces incomprendido por la gente, que tiene un prejuicio negativo hacia quien realiza un negocio inmobiliario, atribuyéndole siempre una voracidad desmedida en detrimento del riesgo asumido. Reunidos ante unos vecinos que se quejaban porque donde había un garage crecería una torre en toda regla, uno de ellos propuso: ¿Pero por qué no hacen una plaza?


CÓDIGO

Consideramos las normativas como herramientas de proyecto. Tratamos de proyectar con el Código y no contra él. Lejos de enojarnos, preferimos transformarlo en nuestro aliado. Protestar contra las normativas vigentes es una tentación, pero termina siendo una actitud necia, como enojarse contra la ley de gravedad. Mucho de lo que nos limita, en definitiva, también nos ayuda en el proceso creativo. La primera información que recabamos sobre el edificio proviene del Código, y todos sabemos la importancia de comenzar, en cualquier ámbito. Es también necesario destacar el interés de nuestro estudio en cuanto a la posibilidad de discutir nuevas normativas. Tal como ocurriera con la compensación volumétrica, cuya incidencia benéfica parece indiscutida a todo el que haya tenido que lidiar con los absurdos escalonamientos, que la implacable tangente imponía a las alturas de nuestras torres.


PROYECTO

A la hora de proyectar somos, en algún sentido, “modernos”, es decir “antiguos” frente a las tendencias actuales. Profesamos una fe inclaudicable en la planta y la esperanza firme de que se cumpla aquello de que, con una buena planta se consigue, seguramente, una buena vista. La propiedad horizontal exige una dosis importante de precisión, a la hora del proyecto, lo mismo que a la hora de la construcción. La lucha con los metros cuadrados se hace centímetro a centímetro, y es una buena escuela de racionalidad. Una vez definida la planta, se rastrea la imagen que esta guarda celosamente. El proceso de proyecto es, así, una búsqueda, más que un ejercicio de imaginación, que procede por ajustes y aproximaciones sucesivas. La precedencia de la planta, es bueno aclararlo, es sólo metodológica y no una cuestión de importancia. La función y la forma deben confluir, muchas veces a través de negociaciones difíciles, en donde ambas ceden un poco. Tratamos también que haya una lógica interna en las decisiones formales, a veces con la búsqueda de algún motivo que se repite, evidenciándolo. Procuramos, también, que el edificio, a pesar de su condición de excepción, haga un esfuerzo para entenderse con sus vecinos, sobre todo a través de su implantación y del tratamiento de la planta baja, accesos, cercos, medianeras y otros elementos a la mano.


COMERCIALIZACIÓN

Las torres tienen, en cuanto superan cierta envergadura, su día de gloria. Se llama “lanzamiento”. En aquel día todo parece perfecto, sus sonrientes y “renderizados” habitantes, la belleza que siempre guardan las miniaturas de una maqueta, los cada vez más grandes folletos y los bocaditos que se sirven, gratis. Cada nuevo “lanzamiento” intenta superar al anterior y la pregunta es dónde terminará esta carrera, en la que se sospecha algo de insensatez.
Sin embargo, todo esto puede dar lugar a un equívoco, en detrimento de la profesión que profesamos: en el final de este camino se encuentra borrada la figura del arquitecto. Basta como prueba, en algunos últimos casos, la desaparición del estudio de arquitectura, o la reducción del mismo a su mínima expresión. El “cómo” se vende parece ser más importante del “qué” se vende, desfiguración clásica de la posmodernidad.
De todos modos, el engaño no dura demasiado: la gente, a la hora de sus ahorros, parece recuperar su sentido común y elige con sano criterio, sin dejarse impresionar por las ampulosidades del marketing. De todos modos, conviene estar atento y no dejarse triturar por la maquinaria comercial y también aprovecharse de sus ventajas, entre las que figura la posibilidad de la construcción de la unidad modelo, lo que constituye un medio eficaz y nuevo para controlar el proyecto.


OBRA

También en este rubro la envergadura de los emprendimientos hace aparecer una figura hasta hace algunos años desconocida y ciertamente bienvenida: el gerenciador técnico. Este, que tiene a su cargo la coordinación de las tareas de contratación y ejecución de los trabajos, no debe tampoco en modo alguno reemplazar la función del arquitecto, único responsable de la fiel interpretación de lo proyectado. En nuestro caso, más allá de gerenciar muchas obras de envergadura menor, tratamos de brindar una asistencia lo más completa posible, como compromiso, en primer lugar, con la obra proyectada.
Dicha asistencia se despliega en dos etapas. En primer lugar, la documentación que intenta ser, ya desde la licitación, lo más completa posible, y en segundo, mediante la confección de croquis y planos que se adjuntan a la documentación para ir precisando la información. Dentro de nuestro estudio, hay una persona encargada de recibir las consultas que llegan de las obras y derivarlas con la persona que corresponde de acuerdo al tema de que se trata. Estamos convencidos de que una actividad llena de imprecisiones como es la construcción merece una estructura ordenada pero no rígida para acompañar las distintas etapas que concluyen en la obra terminada.


Este es, en definitiva, un somero recorrido, basado en nuestra experiencia, a través del proceso que comprende “hacer” una torre. Hacemos torres, en definitiva, con la conciencia de lo que son y tratando de comprender las resistencias que implican. Queremos hacerlas de modo que no sumen mayores estridencias a su condición difícil de emergencias, pero sin que tampoco renuncien a su identidad. Se podría, entonces, aplicar a las torres la antigua sentencia de Píndaro: “Llega a ser lo que eres”. Si esto es posible, es una pregunta a la que cada proyecto intenta responder, aunque con la plena certeza de su limitación. Y de las nuestras.

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