lunes, 12 de noviembre de 2007

3 Sargentos

Al estudio Mazzinghi-Sánchez



Se mudó. Se cansó de ver su casa maltratada por la arrogancia de los ignorantes. Una terraza justo donde estaba la claraboya que inundaba de luz el espacio de sus cuadros. Cuánta vibración había sentido mientras imaginaba ese lugar junto al joven arquitecto, aun sin fama, y todavía indeciso si dedicarse a la pintura. Y todo por construir una pretenciosa terraza, para poner dos reposeras de caña y una sombrilla, y soñar con el Caribe. Las terrazas son los lugares en donde se sueña lo que no se es.

Se fue a la lejana Buenos Aires, a un pasaje de sonido triple y aire militar. ¿Quiénes serán esos tres? me pregunto luego de visitar su casa. Conozco el cojudo granadero que con su arrojo salvó medio continente, recuerdo a Pepper y su temprana psicodelia, viene a mi mente al severo árbitro de la primera división. Un cuarto se complica... Un pasaje de sabor algo europeo en su quebrado andar. Al caer la tarde, me comentan, transitan por su vereda desigual algunas cansinas prostitutas. Reminiscencias de los antiguos cabarulos de 25 de Mayo. Un pequeño tajo en la nuca de la ciudad, entre Catalinas y sus torres que anuncian lo que no seremos nunca y las ruinas de Harrods que recuerdan lo que alguna vez fuimos.

Al piso se llega por una ríspida escalera de contorsiones abruptas. Su interior me sorprende como un pote de crema chantilly visto por dentro. Su dulzor se mitiga con unas rodajas de ácida naranja, color de los ‘70. Una pared inquieta con su proximidad muda sugiere proyecciones. Las medianeras ayudan a pensar. Me aseguran que por la tarde un árbol trina de alegría vespertina. Todo es muy blanco, porque este es el color de lo que empieza.

Onzenfant, o alguna partícula de su espíritu, se mudó a Buenos Aires. Mira con una sonrisa cómplice a sus nuevos inquilinos, que intentan recorrer el camino del gran maestro que fuera su amigo. Y les desea suerte. Yo también lo hago.


(Buenos Aires, noviembre de 2005)

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