martes, 6 de noviembre de 2007

Mariano y yo

Suite en cuatro tiempos

1/ Allegro

Conocí a Mariano cuando compartía el primer Tiempo Nuevo con Bernardo, quien usaba unos anteojos gigantes que cubrían su feo rostro. Eran los años del Proceso y ese era casi el único programa periodístico que existía. Tengo el recuerdo de una escenografía a media luz, en tonos broncíneos más propios de una “boite” que de un programa político. Se me ocurre que todavía eran resabios de una estética en blanco y negro que miraba al color con desconfianza, como poco adecuado a la sobriedad de los temas a tratar. Eran una pareja bien aceitada, Bernie hacía la parte del incisivo y Mariano analizaba al final y sacaba las conclusiones apoyándose gallardamente en algún clásico. Por supuesto que Mariano siempre repartía ecuánimemente un poco de razón a cada uno de los invitados de turno, tal cual su estilo con el que continúa imperturbable hasta nuestros días. Sospecho que la razón para él sea como el lemon-pie que se sirve en su casa a la hora de los postres, en el comedor de Barrio Parque que todos conocimos cuando lo visitó Mirtha, aquella noche. Se reparte en partes iguales entre los comensales y sería seguramente de muy mal gusto si se lo comiera todo uno solo. Incluso podría resultar indigesto. Así piensa Mariano en la salud de sus convidados, mientras distribuye calmo porciones de verdad entre el comisario Patti y Shocklender.

2/ Adagio

Una vez salí con la hija de Mariano. Se llamaba Jacinta, pero ese nombre exótico no escondía ninguna rara belleza. Fue hace mucho y no me acuerdo nada, con lo cual pienso que me aburrí. Pero de algo estoy seguro: ella se aburrió más. En esa época que calculo a inicios de los '80 yo pesaba 50 kg, tenía unos rulos al estilo Walter Pico, y permanecía mucho tiempo callado confiando que mi aire taciturno podía resultar interesante. No lo era y las mujeres solían pensar que era un boludo mudo, lo cual era cierto. Nunca más la vi, aunque si vi su nombre en alguna revista, en donde decoraba con osadía calculada algún loft destinado seguramente a algún polista y su compañera modelo provista regularmente de minúsculo caniche. Ni siquiera lamenté demasiado que cuando se despidió, no me mirara firme a los ojos y me dijera "hasta el jueves" como hacía su papá desde la tele.

3/ Allegro con brío

Cuando volví de mi exilio europeo ya Bernardo y Mariano se habían separado irreconciliablemente y Bernie había abandonado las gafas, lo cual fue un claro error estético. Había que tomar partido por alguno y yo milité decididamente en las huestes del doctor. Las razones no eran políticas, ya que ambos prodigaban loas al sistema, sino de método. Bernardo era un gran machacador de consignas y armaba el programa en función de slogans que repetían invitados previamente seleccionados. Mariano mantenía su fórmula de dos campanas y apostaba todo a sus medidas conclusiones, tan bien equilibradas como los frisos del Partenón. Muchos le criticaban que "no se jugaba" como el valiente dragoniante Bernardo, que despanzurraba teléfonos en cámara, para explicarnos su ácida teoría del Estado. Pero a mí no me importaba. Siempre preferí pensar por mí mismo a que otros lo hagan por mí. Aunque sospecho que Mariano las conclusiones ya las traía de la casa, no le quito valor al disimulo. Como dice Cerati, "todo lo profundo ama el disfraz". Pero bueno, lo único que los argentinos no soportan es la falta de huevos y el pobre Mariano sufre esa ausencia y recibe críticas despiadadas de izquierda y de derecha. Yo, que nunca me destaqué por la valentía, me solidarizo con él en ese aspecto.

4/ Scherzo

Llegamos al último movimiento, con Bernardo que masculla su derrota desde el cable, con sus camisas diagonales y sus profesores gallegos que lo consuelan con su ética de bolsillo. Una vez escuché en una entrevista que Bernardo quería poner en su tumba un epitafio que dijera "ayudó a pensar". No entiendo por que la gente pretende ser recordada por lo que no hizo. En esa tónica, el de Grondona podría ser "garra y corazón". Pero aún no es tiempo de epitafios, Mariano sigue en pie, aunque algo maltrecho. Muchos le endilgan su supervivencia camaleónica como un pecado, pero hacer ese juicio en la Argentina me parece algo injusto. Además me simpatizan los cambios y las cabriolas del pensar y creo que la coherencia es una virtud sobrevalorada, producto de su desaparición, al menos en estos pagos. Sin duda su papel actual es algo triste, escondido detrás de su equipo de jóvenes periodistas reclutados en alguna mesa de saldos y sentaditos en pupitres lo que resalta la cátedra de nuestro ilustre profesor televisivo. Evidentemente agotado, cedió por primera vez en su larga trayectoria a la tentación de jugarse. Lo hizo por Menem y le salió mal. Un error imperdonable producto del cansancio que por un instante le hizo olvidar su esencia y su historia de hábil Odiseo. Mariano: no seré yo quien te condene, aunque alguna hipocresía se esconda detrás de tus angostas gafas.


(Buenos Aires, julio de 2003)

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