lunes, 24 de marzo de 2008

Piero y los coreanos

Cada tanto el zapping hace regalos preciosos. Uno de ellos es un programa que cada tanto intercepto y es sencillamente maravilloso. Aparece sorpresivamente y es siempre una alegría verlo. Se llama algo así como “La vida secreta de los obras de arte” y en él se relata, tal como su título devela sin misterios, la “vida” de una obra. Allí se aprende que las obras tienen una historia, y que en muchos casos han sudado la gota gorda para recibirse de “maestras”. Sufrieron en muchos casos la indiferencia, el maltrato, el desprecio y otras bajezas, pero finalmente impusieron a todos su destino. La belleza resulta siempre triunfadora y esto es tranquilizante y bello a la vez.


He visto varias ediciones dedicadas a la Primavera de Botticelli, a la Bailarina de Degas, a Renoir, Seraut , Van Gogh, Rodin y su beso y otras más. El jueves fue el turno de Piero della Francesca y su Resurrección. La programación se ve que tomó nota de la Pascua. La pintura en cuestión es sencillamente impactante, Jesús sale de un sarcófago del ‘400 con una autoridad asombrosa, y dirige una mirada recta y llena de confianza al que lo mira. Es un hombre robusto con una cara rústica, lejos de toda estilización, donde no se sospecha nada etéreo. A sus pies se desparraman cuatro soldados que duermen un sueño de un realismo pesado. Es el humanismo.

Mi mujer buscaba una imagen para subir al blog como saludo pascual. La encuentra navegando en una página de católicos coreanos. Aparece decorada por letras ovales que velan su significado y agregan misterio a una imagen de una evidencia contundente. Es la imagen de Piero y esto ocurre unos días antes de conocer su dramática historia. La pintura que fue cubierta de yeso en el siglo XVIII, y develó su rostro al mundo años después, cuando la blanca pátina fue cediendo su violencia cegadora. Metáfora de la evidencia que no puede ser escondida y viaja desde Borgo San Sepolcro a Corea para terminar en mi casa. Vida azarosa de las obras de arte.

El viernes iniciamos nuestro recorrido por los monumentos de las siete iglesias siguiendo una vieja tradición católica y familiar. Elegimos, movidos por la curiosidad, empezarlo por la inmensa Medalla Milagrosa de Flores. Hace décadas que vemos flotar con asombro sus cúpulas por la autopista, tan próximas que parecen inaccesibles. Buscamos iglesias cercanas y la primera que aparece en el mapa es la de los Santos Mártires Coreanos a sólo 200 metros.

Al contrario de la anterior, esta esconde su presencia casi hasta el recato. Solo hay en la puerta un cartel y una Virgen de dulces rasgos orientales. Al ingresar advertimos que en realidad se trata de un colegio, con carteles sólo en lengua original. En un rincón hay una puerta por donde ingresan algunos retrasados y en el interior observamos con sorpresa unos 300 coreanos que entonan himnos de una belleza notable. Nos quedamos sorprendidos y azorados en la puerta observando una ceremonia que es al mismo tiempo conocida y extraña. No superamos el umbral: queremos demostrar que los occidentales también podemos ser respetuosos. Nos vamos, conmovidos con esta inesperada experiencia de catolicidad, a seguir nuestro recorrido.

Leibniz describe el mundo como una serie de curvas que se pliegan y despliegan desde un inicio recóndito. Avanzan y se contornean cambiando su curvatura en aquellos puntos de inflexión que llama “singulares”. Las curvas constituyen series aisladas que se entrecruzan con otras y se tocan en puntos que son los acontecimientos. El Universo es una madeja conformada por meras coincidencias. Pienso que visto de arriba se debería asemejar a un cuadro de Pollock. Hay un tenso dramatismo y un espesor existencial en sus obras. Las líneas son dirigidas por una mano experta, pero al mismo tiempo conservan libertad en su azarosa disposición. Dios toca la tela en contadas ocasiones, pero dirige las operaciones.

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