martes, 8 de abril de 2008

Batifilósofo

Sócrates fue el primero en intentar convertir el obrar humano en una ciencia. Su interés no fue metafísico, es decir el conocer lo que por detrás rige el Universo. Su preocupación se centró en el comportamiento de los hombres, a quienes acechaba con sus preguntas serpenteando entre los pórticos de Atenas. Su filosofía es más bien una ética, y su escuela ha tenido seguidores en todos aquellos que se preguntaron alguna vez por el acontecer concreto de sus vidas. De estos los hay canónicos y también los hay inesperados, como el que casualmente me encontré hace unos días en televisión.

Era en uno de esos programas en los que se repasa una vida, con el afán de que la emoción traicione a todos, de ambos lados de la pantalla. El entrevistado es sometido a una especie de recorrido sentimental en el que no faltan familiares, amigos de la escuela, éxitos conseguidos a una edad por todos inesperada y consagraciones que son la justificación de su presencia. Todo transcurre en general de acuerdo a un guión bastante previsible, pero cada tanto aparece un socrático encubierto, y se rompen los esquemas.


Ante las palabras tiernas, pero exigentes, de una madre, el huésped responde que nada va agregar a ellas, por una simple razón: “Todo lo que diga será desmerecer lo apenas dicho”. Con su seca retórica enuncia los límites del logos. Aún más, delata que la palabra, en general necesaria para aclarar la realidad, puede ocultarla en modo lamentable. “No aclares que oscurece” dice el saber popular. No intentes agregar palabras a la verdad que se manifiesta luminosa, porque la degradarás instantáneamente. Primera lección que desvanece la posibilidad de las primeras lágrimas.

Luego es el turno de los amigos, un golpe seguro. Allí están, marcados por el reloj de los años. Son seguramente lo que hubiera sido el invitado, de no ser quien es ahora. Este declara sin anestesia: “yo a esta gente nunca le dí un peso”. El aporte generoso hubiera corroído indefectiblemente la amistad, porque la deuda de gratitud contraída la hubiera viciado. La igualdad es condición saludable para el desarrollo de los afectos, la generosidad una virtud a usar con cierto tacto. Menos mal que, por si habían quedado dudas, Mastercard nos recuerda en la tanda la diferencia entre valor y precio. No serán los amigos entonces quienes lo hagan recurrir a la caja de Carilina que permanece intacta.

Por último, llega el repaso de los logros obtenidos, que son realmente impresionantes. Hay momentos célebres y otros olvidados. El compacto es fulminante y estremece a cualquiera, sin embargo la confesión llega impertérrita: “Yo nunca me lo propuse, simplemente se fue dando”. La preparación para el éxito, que parece ser necesaria desde la infancia, la claridad de objetivos, la agresividad como estilo para llegar a la cumbre, todo se cae ante estas escuetas palabras. Cómo es posible construir un mito en estas condiciones. No hay lugar para la construcción del héroe así planteado. La montaña mitológica sucumbe nuevamente ante la invencible llanura socrática. Las lágrimas quedan para los fabricantes de ídolos, tal la profecía del salmista.

Me olvidaba, el programa: “Estudio futbol” en ESPN, con la conducción, siempre al límite del bochorno, de Alejandro Fantino (hay repeticiones totalmente aleatorias en cuanto a horarios se refiere).

El invitado: Gabriel Omar Batistuta. Lástima ese palo contra los holandeses en el ’94. Una pena.

1 comentario:

Cachibache dijo...

Linda observación...