sábado, 28 de febrero de 2009

Breve enciclopedia de los deportes: 2/Tenis

Algo que por su naturaleza es simple y repetitivo requiere el auxilio de una solución ingeniosa para intentar vencer el precipicio fatal al que se asoma todo juego: el aburrimiento. El tenis echa mano a las ciencias duras, aritmética y geometría. De ellas Kant deduce nuestro umbral del conocimiento, tiempo y espacio, como formas de nuestra sensibilidad. Modificar, entonces, lo primero, lo que precede, lo que se da por descontado.

La primera operación radica en la ruptura de lo que es propio de la aritmética y del tiempo, es decir la sucesión. Contando los puntos de a uno, este juego se convertiría en un desierto de monotonía. La posibilidad, en cambio, de ir reuniendo en grupos de unidades mayores los puntos conseguidos, lo salva de la sutil telaraña del tedio. Con este simple retoque, que en nada trastoca su estructura, se incorpora al desarrollo de la contienda insospechadas aristas psicológicas. Sumado a la arbitrariedad inglesa que, por una razón fonética, hace que quince más treinta sea igual a cuarenta. Las letras, por una vez, someten a los soberbios números.



La segunda maniobra se refiera al ámbito de la geometría, el espacio. Creo que es uno de los pocos deportes que admite una tal diferenciación de superficies donde practicarlo. Una disparidad que genera variaciones siempre interesantes y especializaciones ajustadas, que consagra campeones en polvo de ladrillo, para luego condenarlos al cruel anonimato del cemento y terminar borrados en una carpeta de goma.

De todos modos este esfuerzo sagaz de la inteligencia no alcanza del todo a vencer. Se hace difícil soportar un entero partido, cuya duración es imprecisa, al punto que puede incluir como posibilidad la eternidad. Además, está la tentación de saltearse partes enormes del encuentro, sin perderse en definitiva nada. No hay saltos de cualidad que ameriten una atención constante. Todo en él se resuelve por mera acumulación.

Otro enemigo tenaz de este deporte lo constituye el poco tiempo efectivo del mismo. Entre jugadores mediocres se consume la mayor parte en buscar las pelotas que, impulsadas con defecto, ruedan sin sentido hasta rincones imposibles. Y en el fatal momento del saque, verdadera esclavitud del jugador de fin de semana. Iniciar es aquí un verdadero drama.

Entre profesionales, en cambio, el tiempo se escurre entre prolijos secados del sudor, testeo de la presión de las bolas, innumerables botes inútiles, arreglo de cabelleras indóciles o en algunos ajustes en la indumentaria. Si además el público participa activamente es una catástrofe. El silencio será requerido hasta el hartazgo. Siempre me pareció excesivo que en un estadio se exija el comportamiento de un templo.

La difícil mezcla de precisión y velocidad es la fuente de su indudable belleza. Pero la tendencia al individualismo de quien lo practica encierra un peligro cierto: convertirse en egoísta. La vertiente del doble aumenta sus defectos, pero es más saludable para el alma. Compartir con otro el derrotero de la vida puede complicarla, pero definitivamente nos hace más humanos.

sábado, 21 de febrero de 2009

Breve enciclopedia de los deportes: 1/Rugby

Hay ciertas tendencias que resultan inmodificables. Taras incurables que se resisten a cualquier esfuerzo correctivo. Se suceden incapaces lo remedios, pero con una persistencia tenaz el defecto asoma su sucia cabeza. Es la marca indeleble que deja el pecado cuando está al origen.

Dicen que nació en una escuela homónima, cuando durante un partido de futbol uno de los jugadores tomó inopinadamente la pelota con las manos y comenzó a correr hacia el arco de enfrente. La furia de propios y rivales fue tal que lo persiguieron hasta derribarlo. Un juego que nació de una infracción a otro, como un hermano bastardo y enfermo.

El inicio presupone un destino, fatal a veces. Así, mientras que en otros juegos las faltas constituyen un hecho lateral y esporádico, en el rugby asumen una importancia desmedida. Se suceden, y más aún, se superponen, con una lógica aleatoria, propia de un aluvión. De esta manera, el juego se despliega caprichoso, como el incierto rodar de su elemento, también una deformación de la perfecta esfera.


Esta situación sobredimensiona el papel del árbitro. Una especie de cartesiano que debe lidiar con la ardua tarea de distinguir entre lo múltiple. Sin embargo, para su suerte, se haya protegido por el secreto de su arte, ya que ni el público y menos aún los jugadores, comprenden cuál es el criterio que guía sus sentencias. Metáfora eficaz del poder que adquiere el que administra la justicia si cuenta con la ignorancia de los sometidos a ella.

El resultado es un complejo sucederse de normas, que se amplían y cambian periódicamente, ya que el reglamento está obsesionado en doblegar el sentido común. Todo en él parece querer entorpecer las acciones que resultaría natural llevar a cabo, para conseguir los objetivos planteados.

La complejidad, de todos modos, si bien es fatal a la comprensión, tiene a veces efectos benéficos insospechados y algunos conmovedores. Entre ellos la necesidad de especialización que convoca a participar sin excepción a casi todos los tipos físicos posibles. Esto lo convierte en el juego quizás más inclusivo que exista.

Sin embargo, a esta amplitud material se opone una cierta estrechez espiritual. La confusión de sus reglas no basta para contener la violencia ínsita en el juego. Esto lo hace apto para ser practicados solamente por “caballeros”, lo cual constituye un límite cierto. Los defectos de las reglas se salvan entonces con la confianza en una condición humana superior. Esto tiene su costado encomiable, ya que la virtud se muestra mejor cuando no esta mandada por la necesidad.
Como sucede en todos los órdenes de la vida, de la que los juegos son reflejo fiel, se puede extraer una conclusión doble. La ausencia de límites que impone una normativa clara es nociva en cuanto a la estética, pero brinda, aún con sus peligros, una brillante ocasión para que el hombre despliegue su ética mejor.

domingo, 15 de febrero de 2009

Herido por vivir

("Mondo di cromo", Luis Alberto Spinetta)


Empieza
comienza con la luna
y sigue con tu pie.

Regresa
tus huesos se están yendo
sin ver nunca la luz.

En el almizcle de los días
la luz optó por alumbrarte
y a la vez conoció tu amor sin retorno.

Camina
o compra las estrellas
para sobrevivir.

Arriba
tu cuerpo escucha todo
herido por vivir, herido, herido por vivir.

Y ese dulzor evanescente
se irá perdiendo entre tus nombres
te hará pensar
qué solo estás.
Decime dónde, dónde, dónde
puedo darte mi alma... descansa.

En el estío de este mundo
te esperan todas las ventanas
y a la vez volverás al sol sin retorno.




Salmo 56:
“Me refugio a las sombras de tus alas,
mientras pasa la calamidad”.

Refugiarse puede ser una tentación, cuando las nubes aparecen en ese horizonte.
Cuando en el mundo aparece, como en estos días, una voluntad de detención. Sin embargo, esta no puede ser más que una solución transitoria. La vida exige el movimiento y la quietud es un signo inconfundible de muerte. Ponerse en movimiento exige una decisión inicial, frecuentemente la más ardua. A veces todo consiste en empezar.

Este empezar tiene desde el inicio una indicación precisa que es todo un programa. “Empieza por la luna y sigue por tus pies”. Una sana combinación de poesía y realismo, con preeminencia de la primera. La luna impulsa el andar de los pies y a veces eleva su andar por sobre las rispideces del desaliento.


Seguramente pronto vendrán las dudas. La idea de un andar lineal sin contramarchas se revela prontamente un espejismo. Siempre acecha la sospecha de una vida inútil, que sólo se reduzca a la materialidad de unos huesos que se pierden en las sombras. Nuestros huesos. La desesperanza es un enemigo tenaz.

El caminar esforzado puede perderse en distracciones. Encandilado por el vano brillo de las estrellas, podemos torcer el rumbo hacia ese tipo de existencia que Heiddegger llama con precisión “inauténtica”. Un vivir aturdidos para, nada más, sobrevivir.

Existir es un recorrido al que nos impulsa un imperativo. Una fuerza remota nos ordena asumir nuestra existencia. Debemos ponernos en movimiento, a riesgo de perecer. Será, seguro, un andar no exento de riesgos y del que difícilmente salgamos ilesos. La duda, entonces, es morir quietos o quedar heridos en el camino. Heridos por vivir.

Pero hay algo más, que la música señala con notable eficacia. Otra perspectiva aparece entre las breves estrofas imperativas. No todo se reduce al trajinar en el “almizcle de los días”. El existencialismo es siempre un techo demasiado bajo para el hombre. Su esfuerzo se revela siempre desmedido. Es necesario ir más allá de nosotros mismos. Abrir una ventana hacia esa luz que optó por alumbrarte. La luz de quien te ama con un amor que no puede ser devuelto. Dios irrumpe. No te detengas, pero sí descansa. En Él.

El salmista concluye más adelante, una vez abandonado el refugio y tal vez, contemplando sus heridas, canta:



“Mi corazón está firme,
Voy a cantar y a tocar,
Despierta gloria mía,
Despertad, cítara y arpa
despertaré a la aurora”.

martes, 10 de febrero de 2009

Lecturas de verano

Teniendo en cuenta que no me baño en el mar, la lectura se convierte en una de las principales actividades de mis vacaciones, al menos en lo que se refiere a la playa. Lo hago en una silla tijera, a la sombra, y provisto de lápiz y el sacapuntas correspondiente. Esto puede parecer excéntrico, pero me tranquilizo pensando que algunos llevan de vacaciones una lámpara.


Empecé y terminé con “En busca de la Edad Media” y “Una Larga Edad Media”, que podrían ser un solo libro, ya que tienen idéntica estructura (y forma). Le Goff reúne, a mi juicio lo que espero de un historiador, es decir alguien que se sorprende de lo que va descubriendo. Esto lo ubica lejos de los modelos vernáculos que parecen decididos a acercarse al pasado con la firme decisión de extraer conclusiones, previamente elaboradas. Leerlo se convierte, así, en una aventura, y de las mejores.

Luego vino Tocqueville, y sus agudas reflexiones sobre las causas de la Revolución Francesa. Me pareció notable que, pese a escribir a pocos años de ocurrida la misma, su visión gozara de una perspectiva tan ajustada. No es un libro de historia, sino más bien un ensayo sociológico, con el detalle que la sociología no existía aún. Sobre el trasfondo de sus investigaciones aparecen ideas perfectamente aplicables a nuestras vicisitudes de hoy. Kirchner inclusive.

Badiou fue un esfuerzo más para intentar ingresar a la inexpugnable fortaleza de Deleuze. Confieso que las armas que puso a mi disposición no me fueron útiles, en esta ardua tarea que intento hace algunos años. Hay veces en que es bueno reconocer que un texto nos supera. Este es uno. De todos modos soy de los que creen que en algún momento los esfuerzos rinden frutos inesperados.

Luego fue el turno de Istanbul y de bajar la pendiente de una brillante decadencia, iluminado por los reflejos del Bósforo. El intento de paralelismo entre la autobiografía y la cuidad está a veces muy logrado y otras no tanto. El resultado final es algo desparejo y confieso que tengo un prejuicio contra los ganadores del Nobel, sobre todo cuando me acuerdo de Borges, a quien el editor se atreve a comparar con Pamuk, en la solapa. Descubrí de todos modos un curioso parecido entre los turcos y los argentinos, salvo que nosotros nunca fuimos un imperio.

A Santiago tengo que ubicarlo entre las decepciones. La reseña de su libro, que en su momento leí en ADN, me había hecho ilusionar más de la cuenta. Me resultó un poco “escolar”, pero pienso que ese era su objetivo: el de hacer un texto introductorio, y el problema es entonces mío. En cuanto a Jaspers, en algún momento le dedicaré algo más personalizado. Seguramente en cuanto pueda superar cierto tedio, que su profundo pensamiento me produce. Dicho con todo respeto.

Más allá de todo, son lindos recuerdos, que todavía me traen el rumor del mar a lo lejos.

jueves, 5 de febrero de 2009

Gordo/50

Hubo infinidad de improvisados juegos compartidos, aunque severamente reglamentados para que no sucumbieran destruidos ante una letal sobredosis de fantasía.


Hubo operaciones despiadadas al oso Teddy y trenes armados con paciencia para concluir siempre con un desesperado pedido de refuerzos.

Hubo tiros libres pateados bajo el sol vertical del “campito” con barrera de un solo hombre e innumerables centros a la cabeza con final de pelota mojada en la cuneta.

Hubo el Gráfico comprado de apuro los lunes a la noche y también la mítica redacción de la revista “Los deportes” que documentaba con fotos reales los pleitos dirimidos inclinados sobre la alfombra.

Hubo conversaciones con graves argumentos sostenidos hasta altas horas de la noche, pero cuya potencia dramática se desvanecía con la primera luz del día.

Hubo tardes de “Superacción”, y en el verano, huídas matinales en la camioneta “cebrada” hacia el campamento de “Wameroo”, y también el supremo: “¡hablá Carrizo carajo!”.

Hubo carreras de bicicletas cronometradas con precisión de Seiko y banderilleros en las esquinas para evitar una segura colisión, como aquella célebre que impacto con la silla del tullido vecino.

Hubo que enfrentar, con palmas sudorosas, las durísimas mesas examinadoras de Tintín y también los ingresos a Medicina, de la que sólo quedó el rastro los 4 tomos rojos de la homónima enciclopedia, como un tajo en la biblioteca.


Hubo tardes de estudio adormilado con el temor de ser sorprendidos por los felpados pasos de una abuela vigilante, y también noches matizadas con finas tajadas de bondiola cortadas en la fiambrera fluorescente.

Hubo idas al colegio en 102, que se resistía a obedecer las órdenes enviadas desde las raíces de un árbol chueco y vueltas caminando oblicuos entre las plazas entre una nube dorada de chizitos.

Hubo timbas con una ruleta hecha de cartas de canasta y bajadas impetuosas a comer con los billetes arrugados del “Estanciero” en el bolsillo, por temor a robos arteros.


Hubo pooles en la Cancillería cerrada, bien de madrugada y tardes de sudor esforzado de gimnasio luciendo zapatillas cuya hermosura merecían la ponderación del profesor, y quien sabe, la callada admiración de “la portorriqueña”.

Hubo carreras de F1 entrevistas en blanco y negro, bien de mañana, y fútbol sufrido por radio con goles agónicos logrados con la cábala infalible de ir a comprar medialunas a “Paco”.

Hubo un auto en condominio al que había que correr a tapar las noches de lluvia con una aristocrática bolsa de James Smart y viajes en la noche del domingo para devolver a la monja a su eventual convento.

Hubo tanto entre nosotros que a veces pienso que fue demasiado. En comparación con los primeros 25 años, los segundos estaban de algún modo destinados a una serena palidez.

Quizás no haya mas que “quedarse quieto en la ventana de aquél amor que fue tan grande” como dice el poeta admirado. Pero me resisto a la nostalgia y prefiero un mirar agradecido por tanta vida compartida y por lo que nos quede de ella.

Abrazo y felices 50.