sábado, 30 de mayo de 2009

Sobre el arteBA

El arte contemporáneo es el territorio de lo incierto y afrontarlo es un viaje donde todo es posible. Todo menos una cosa: la seguridad. El museo de obras clásicas es un mecanismo que otorga la tranquilidad de lo que está certificado. Cabe preguntarse cuántos de nosotros seríamos capaces de valorar “la Gioconda” si esta no hubiera recorrido nuestra infancia desde una lata de dulce de batata. La experiencia de recorrer arteBA se enmarca, para mí, en la categoría de extrema, equivalente a la del trapecista despojado de redes. Aquí nadie nos dirá qué es lo que vale y deberemos confiar en nuestras propias armas para juzgar, con la amenazante y siempre saludable presencia del ridículo. Lo falible nos proporciona una dimensión más exacta de lo humano.

Para todo en arteBA hay necesidad de una segunda mirada. Por qué están las obras y también las personas que las rodean, que son como extensiones encarnadas de ellas. Hay una multitud de seres asexuados, chicas que parecen señoras, y señoras que se esfuerzan, con éxito relativo, por parecer adolescentes. Todos se saludan con una efusividad de inmigrantes separados por un océano de años, a pesar de haberse visto quizás esa misma mañana. Hay una profusión de anteojos raros y una variedad de peinados sorprendentes. Es difícil distinguir entre galeristas, artistas y el público, aunque este último se reconoce en general por la mirada absorta y una tendencia a rascarse la cabeza.


Obras hay de todo tipo y muchas comparten una existencia de límites inciertos. Es difícil saber realmente dónde terminan, y si el soporte donde se apoyan forma parte de la misma, o es simplemente una mesa ratona propiedad de la galería. También nos asalta la duda a la hora de evaluar si de una obra realmente se trata. ¿El operario que cambia una lamparita, cumple un abnegado servicio o forma parte de una instalación de un genial artista? Se corre siempre el riesgo de mirar con aire de interés un matafuego, que corresponde a la fría normativa contra incendio.

Pero, claro, no todo es así, porque dentro de ese mar de sentidos ambiguos también habita el arte. El ambiente no es todo. Están los artistas que visitamos hace años y que nos deleitan reiteradamente como Sarah Grilo, o el, por otros motivos, detestado Ferrari. Hay ausentes sin aviso: Blas Castagna y Ranieri. Y además descubrimientos. Este año fueron las salvajes guitarras de Mariana Guerrero, los alegres personajes de Milo Lockett, que es como un Paul Kleé con gigantismo, y las sutiles metáforas de bronce de Noemí Gerstein. Y, si todo falla, siempre hay un Berni que te salva cualquier tarde.

ArteBa también es un negocio donde compiten artistas que exhiben su triunfo con impiadosos círculos fluorescentes. Hay sponsors infaltables con stands rutilantes e instalaciones de consagrados por el marketing, como los apáticos colchones de Marta. También hay de lo otro, como el fantástico dinosaurio testiano. Por último, el señor que desde un escritorio desvencijado lee en voz alta El capital, como para dar una puñalada a la frivolidad circundante.

Una reflexión sobre los límites se vuelve ineludible. Aquí se cumple rigurosa una ley indefectible que dice que la desaparición de estos no facilita, sino que hace más arduo, el camino de la originalidad. La fatiga que cuesta lo nuevo, cuando el pasado ha sido arrasado, es lo que a primera vista sobresale. De todos modos, la pregunta que nace es la de si el arte es solamente un vehículo para suscitar la reflexión y si es posible sin el sustento de una obra que no solamente haga pensar, sino también que nos convoque con el viejo artilugio de lo bello. La pregunta se hace más inquietante si se visita el sector de arte joven. Pienso que hoy es realmente difícil ser joven.

Sólo una certeza nos acompaña al terminar el recorrido y es que, Dios mediante, volveremos el año próximo.

sábado, 23 de mayo de 2009

Vida de lavar

La ropa se agolpa después de una larga espera arrumbada en un canasto de plástico que imita de lejos al noble mimbre. De allí fue entresacada con un implacable racismo, que sólo tuvo en cuenta el color de la superficie. La puerta se cierra y, detrás del monóculo de vidrio, aprietan sus narices las prendas ansiosas. Se reconocen las fatigas con que fueron impregnadas, sudores de gimnasio, chorreaduras arteras o los pliegues de una jornada de trabajo, que solo el “lifting” de la postrera plancha se encargará de borrar.



Comienza el lento llenado refrescante que todo lo cubre, mientras se reacciona el jabón, promesa de alegre espuma. Al poco tiempo inicia la acción con un suave movimiento ondulatorio, donde es posible percibir el desasosiego de una media que angustiada busca a su compañera. De repente una especie de huracán se desata, con un oscuro ojo en el centro y una enorme confusión que se concreta en el perímetro de un perfecto círculo de colores apretados. La velocidad hace imposible distinguir al individuo, y todo se transforma en una masa indefinida donde una erótica bombacha entrelaza su destino indiferente con una pudorosa camisa de puños apretados. Momento de suprema democracia es el centrifugado.

El lavarropas envejece entre quejidos y tiembla de emoción mientras despliega las distintas fases de su proceso tibio. A veces sorprende con algunos redobles de tambores ventrílocuos y otras parece que una voluntad de desplazamiento se apoderara de su dinámica existencia. No me sorprendería si un día lo viera cruzar trotando el comedor. Otras veces parece que está vivo y que con una acérrima voluntad creadora dibuja un universo a través de su redonda ventana. Al final a la ropa le espera el generoso sol de una terraza donde tenderse en un merecido reposo.


Otro mundo es el que describe el vecino lavaplatos. En él todo ocurre en una oscuridad misteriosa. Sus rígidos invitados se acomodan prolijos entre un enrejado que los somete a su orden. No hay lugar en su interior para un excesivo despliegue de libertades. En él conviven elementos de una asimetría inquietante, el desafiante cuchillo parece rozar la frágil copa, mientras se encolumnan los platos, como en un avión pronto a afrontar una tormentosa travesía. Su territorio es explícito modelo de una sociedad plural, donde es necesario superar las más evidentes diversidades.

El llenado es un proceso lento que puede durar incluso días y en los últimos se liberará de su interior un pesado aliento de muerte. Cuando llega la hora, se cierra la pesada puerta, que parece el puente levadizo de un castillo. A partir de ese momento, siempre algo solemne, todo se debe adivinar por los discretos rumores que emite el tímido artefacto. Hay un suave fluir de manantial y luego suaves zumbidos como de una siesta intermitente, que se acompañan con un enigmático titilar de luces indecisas. Nada sabremos sobre lo que ocurre dentro de su cuerpo, sólo la certeza de una sorpresa que llegará segura con la vajilla inmaculada. Se ha obrado el milagro. El futuro traerá un tranquilo destino de alacena.

La vida guarda siempre una semblanza de estos nobles colaboradores del transitar doméstico. Cuando la belleza irrumpe y nos muestra visible sus múltiples caras de radiante inventiva. Y también cuando la sorpresa nos gana ante lo que ocurre oculto a nuestros ojos. La vida necesita de ambos para ser vivida

sábado, 16 de mayo de 2009

San Matías o sobre el azar

Quizás la filosofía haya elaborado pocas imágenes más precisas para definir el pensamiento que la de la filosa navaja de Ockham. Un destello que separa implacable lo real para desmembrarlo en categorías aptas para la inteligencia. Si pensar es cortar, lo indivisible es entonces el límite del pensamiento y la totalidad, un escollo insalvable. Por eso la férrea unidad de Dios siempre fue esquiva a la razón.

Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: ‘No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca’. Así se cumplió la Escritura que dice:
Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica
” (Jn 19,23).

Hay un primer aspecto de la suerte que es el de proveer un mecanismo sencillo para otorgar un derecho sobre la totalidad de una cosa indivisible. Allí donde fracasó Salomón con su justicia, aparece el azar como respuesta, errática pero indiscutible. “La suerte es loca al que le toca, le toca”. Así lo entendieron aquellos soldados al pie de la Cruz, ávidos de despojos. Para lo que se podía partir aplicaron un criterio racional, repartieron sus ropas. Para lo íntegro, la túnica, recurrieron al sorteo. La verdad no se negocia.

Pero la suerte no es sólo un sustituto práctico de la justicia. Ella puede venir también en auxilio de una decisión, cuando los criterios que provee la ética se encuentran desorientados. La moral es una herramienta que permite distinguir el bien del mal, pero es impotente ante la identidad de bienes o de males. Allí el azar presta su servicio, que se transforma en especialmente efectivo cuando en apoyo de este viene la fe. La suerte es entonces vehículo de una voluntad trascendente a la que se convoca a intervenir en la decisión y que de paso nos recuerda saludablemente nuestros límites. Un método condenado al ostracismo desde que el objeto de la fe es, paradójicamente, la razón.



Y señalaron a dos: a José llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando dijeron: Tu señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cual escoges de estos dos. Y les echaron suertes, y cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles” (Hechos 1,24).

Y Dios elige conservando el criterio mantenido inalterable en toda la Escritura. Elige el candidato con menos pergaminos, como cuando se inclinó por Jacob por sobre Esaú, o como cuando hizo buscar entre sus ovejas al insignificante David. Aquí se nos dice bastante de José: su apellido que lo acredita como hijo de alguien y un sobrenombre que impone reverencia, sobre todo en una comunidad que se supone repleta de varones justos. Pero la suerte recayó sobre aquél del que solo se nos dice su nombre: Matías.


Y fue contado entre los Apóstoles y compartió con ellos su suerte. El Evangelio, el martirio y la gloria.

sábado, 9 de mayo de 2009

A propósito de Mondriaan

Un gran hombre es alguien que crea algo, y son pocos. Uno muy grande es el que sigue creando, después de haber creado. El que no se instala en el territorio ya conseguido, sino que, cómo el Ulises de Dante, le quema el ansia de partir. De estos hay muy pocos, y por nombrar algunos queridos diré Foucault, Buonarotti, Spinetta. Incluso hay quienes lo hicieron aun a costa de un fracaso rotundo. Caso emblemático, Giorgio De Chirico, que abandonó sus celebrados paisajes oníricos para retroceder a un estilo incomprensible.

Pero, además, hay una clase de hombres extremadamente raros, que son capaces de crear contra ellos mismos. Demoler los cimientos en donde ellos mismos están parados. Un crear que no olvida lo hecho, sino que lo destruye. Y no porque lo desprecie, sino movidos por una idea superior que exige un sacrificio extremo. San Pablo, Nietzsche y, claro, Mondriaan. A estos de estatura enorme me atrevo a llamarlos héroes.

Muchas veces me he preguntado cuánta es la deuda que el artista tiene con la técnica. Sobre todo con la consideración del contemporáneo, que está obligado a juzgar sin el reaseguro que otorga el tiempo. Brunelleschi fue admirado por sus vecinos florentinos, no por inventar el Renacimiento, sino por cerrar ese inmenso cráter abierto en su catedral, que los ponía en ridículo. Lo mismo los pintores, que hacían el milagro de duplicar la realidad, y los escultores que transformaban en carne el mármol. Los artistas eran capaces de hacer lo que los hombres comunes no podían. La admiración era un movimiento natural del espíritu, el mismo que nos asalta cuando vemos el gol de Maradona a los ingleses. Esa pregunta que surge del asombro: ¿cómo lo hizo?


Piet Mondriaan era un buen pintor de paisajes holandeses. Retrataba con un estilo no muy propio, pero valorado, molinos, árboles y la humedad de sus países bajos. Después fue a Francia y se dejó influenciar por el naciente cubismo. Fueron épocas de colores apagados y un mundo fragmentado en un espejo roto. Mientras tanto, buscaba un sustento para su pintura que estuviera más allá de las cosas.

Regresó a su tierra y tuvo un acercamiento a esa mixtura llamada teosofía. También amigos ardientes que compartían su inquietud, capaces de convertir una diagonal en un escándalo. Una revista mítica, la fascinación por la música que esconde la aritmética y una idea peregrina que enuncia así: “el arte es una propuesta de representar lo Universal, según un criterio de belleza, que considera a esta como algo que no se manifiesta en la apariencia exterior de las cosas, sino que constituye la esencia del arte, en la medida en que la verdad lo es de la filosofía”. Pero un enunciado no es, ni remotamente, un cuadro.


Un día, después de un largo camino, pero también de repente como suele suceder lo extraordinario, nació el primer Mondriaan. Esa mañana, porque de mañana tuvo que ser, él acabó con su propio arte, es decir, en sentido griego, con su propia técnica. En un instante se despojó de la coraza del don de pintar y se mostró desnudo. Y lo hizo de un modo radical y extremo, como solo ese tipo de hombres es capaz. Abandonó para siempre la idea de representar el mundo, para crear uno nuevo, más sutil.

Todos podían pintar ese cuadro y al mismo tiempo ya nadie podría hacerlo jamás.

domingo, 3 de mayo de 2009

Venecia en tres días/ 0. INTRODUCCIÓN BREVE

Lo primero que me parece destacar en Venecia es su geografía, su esencia, preponderantemente hecha del agua en que incierta se apoya, constituye su nota principal. Esto define su génesis lenta, que tiene una estricta dinámica aluvional, desde cuando, en los albores de la Edad Media (s. VIII), comienza lentamente a afirmarse en la laguna. Un proceso que no se refiere solamente a lo estrictamente material, sino que desde esa realidad configura una verdadera idiosincrasia. Esta se manifiesta especialmente en la arquitectura, que adquiere siempre un perfil propio y un estilo que difícilmente coincide con los canónicos. Una diversidad y una cierta forma de extrañeza que, en ningún momento sin embargo, llega a perder la unidad y el carácter.

Otro aspecto, de una importancia no menor al antes señalado, es el que determina su economía en el comercio de ultramar, convirtiéndola en puerta de ingreso del Oriente hacia Europa. Una apertura que no se limita a lo comercial, sino que es sobre todo cultural. El Oriente se filtra sutil en todas sus manifestaciones, pero siempre en una relación dialéctica con Occidente. No hay aquí imitación, sino una compleja elaboración de esa lejana realidad, que se traduce en verdadero enriquecimiento. Riqueza cultural, pero también material, es el fruto de este intercambio. Venecia es también la opulencia notable que aún se observa detrás de sus fachadas hoy algo derruidas por el persistente moho.


Un tercer elemento, también conectado con los anteriores, es el que se refiere a su particular constitución política. La Serenísima es ante todo una república, de características plutocráticas, pero república al fin. Un sistema que mantiene con celo a lo largo de su historia y que de algún modo la mantiene por grandes períodos al margen de los vaivenes dramáticos de la Italia del medioevo. El agua no aísla, pero interpone con la tierra firme una distancia prudente que preserva.

Por último, Venecia es cuna de artistas grandiosos, a quienes ha impreso con maternal celo su impronta. Todos ellos han desarrollado su estilo propio, pero al mismo tiempo todos han sido venecianos. Una influencia que se deja ver en una cierta incorrección, producto, quién sabe, de la mirada que no está bien afirmada, sino que es precaria como el agua que la sostiene y la refleja temblorosa.

El que visita esta ciudad tiene asegurada la maravilla, y quizás este sea uno de los principales peligros que lo asalten. Quedar cegado por su brillo. Tampoco es muy aconsejable ceñirse demasiado a una guía. Esta, por su propia naturaleza, señala los puntos más altos, y aquí lo más interesante está precisamente en el resto. Perderse es en Venecia siempre una ventaja. Por lo tanto queda librado a la intuición del visitante el destino de su viaje, del que esta guía pretende ser solamente un apoyo ocasional y espero útil.


* Leer la guía completa publicada en el blog el 13/02/11: Venecia en tres días