sábado, 16 de mayo de 2009

San Matías o sobre el azar

Quizás la filosofía haya elaborado pocas imágenes más precisas para definir el pensamiento que la de la filosa navaja de Ockham. Un destello que separa implacable lo real para desmembrarlo en categorías aptas para la inteligencia. Si pensar es cortar, lo indivisible es entonces el límite del pensamiento y la totalidad, un escollo insalvable. Por eso la férrea unidad de Dios siempre fue esquiva a la razón.

Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: ‘No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca’. Así se cumplió la Escritura que dice:
Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica
” (Jn 19,23).

Hay un primer aspecto de la suerte que es el de proveer un mecanismo sencillo para otorgar un derecho sobre la totalidad de una cosa indivisible. Allí donde fracasó Salomón con su justicia, aparece el azar como respuesta, errática pero indiscutible. “La suerte es loca al que le toca, le toca”. Así lo entendieron aquellos soldados al pie de la Cruz, ávidos de despojos. Para lo que se podía partir aplicaron un criterio racional, repartieron sus ropas. Para lo íntegro, la túnica, recurrieron al sorteo. La verdad no se negocia.

Pero la suerte no es sólo un sustituto práctico de la justicia. Ella puede venir también en auxilio de una decisión, cuando los criterios que provee la ética se encuentran desorientados. La moral es una herramienta que permite distinguir el bien del mal, pero es impotente ante la identidad de bienes o de males. Allí el azar presta su servicio, que se transforma en especialmente efectivo cuando en apoyo de este viene la fe. La suerte es entonces vehículo de una voluntad trascendente a la que se convoca a intervenir en la decisión y que de paso nos recuerda saludablemente nuestros límites. Un método condenado al ostracismo desde que el objeto de la fe es, paradójicamente, la razón.



Y señalaron a dos: a José llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando dijeron: Tu señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cual escoges de estos dos. Y les echaron suertes, y cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles” (Hechos 1,24).

Y Dios elige conservando el criterio mantenido inalterable en toda la Escritura. Elige el candidato con menos pergaminos, como cuando se inclinó por Jacob por sobre Esaú, o como cuando hizo buscar entre sus ovejas al insignificante David. Aquí se nos dice bastante de José: su apellido que lo acredita como hijo de alguien y un sobrenombre que impone reverencia, sobre todo en una comunidad que se supone repleta de varones justos. Pero la suerte recayó sobre aquél del que solo se nos dice su nombre: Matías.


Y fue contado entre los Apóstoles y compartió con ellos su suerte. El Evangelio, el martirio y la gloria.

5 comentarios:

Angie Angelina dijo...

No dividir el Manto, uh, qué tema!
saludos

La herida de Paris dijo...

Todo lo que es indivisible constituye "un tema", por que es inmanejable para nuestra mente, que necesita separar para poder actuar.
Saludos.

Angie Angelina dijo...

Es cierto, los senderos de la filosofía son a veces inextricables.

Estrella dijo...

Acabo de mandarle este post a un Matías.
Saludos.

La herida de Paris dijo...

Yo también se lo dedico a "mi" Matías, nuestro 4º hijo, y el preferido de su madre, aunque Ella lo niegue. Un milagro que nació a pesar de un embarazo de muy malos pronósticos.
Pero Dios lo eligió como al apóstol.
Saludos y ojalá que a tu Matías le guste.