domingo, 20 de marzo de 2011

Crónicas de NYC II

Dia 02 (sábado): SOHO / CHELSEA / (Guggenheim)

El día empieza con una visita a la catedral de St. Patrick para averiguar los horarios de misa del día siguiente. Un gótico de buen nivel y mejor tamaño. El trabajo formal y recargado en las bóvedas le da un aspecto tardío, con un no muy acertado agregado de unos “apliques” con motivos florarles entre las nervaduras. El exterior se encuentra cubierto por tareas de restauración, pero igualmente se percibe el aire de extrañeza que adquiere su presencia entre las modernas torres.

Por cuestiones prácticas, vamos a Times Square antes de abordar el programa previsto para el día. Hay allí una completa oficina de informes en donde nos proveemos de buenos mapas, compañeros insustituibles del turista. También hay Internet gratis por 10’, del que aprovechamos. Una de las cosas que hay que tener en cuenta es la total ausencia de locutorios y lo muy difícil que se hace el acceso a Internet en esta ciudad para el hombre pedestre, donde se supone que la “laptop” está muy extendida. También nos dicen que el acceso es posible en bibliotecas públicas y desde ya en universidades, pero no sé qué requisitos se deben cumplir para lograrlo.


Times Square, a la que volveremos en más de una oportunidad, nos parece un lugar sinceramente poco acogedor. Una especie de avenida Corrientes con mucha tecnología, cosa que se pone en evidencia sobre todo en las gigantescas pantallas que asumen el papel de los antiguos carteles luminosos, que en algún sentido son más sugestivos, en cuanto a que denotan una estética retro. Se ve que se han hecho intervenciones para intentar domesticar este espacio, pero ninguna de ellas parece dar resultado. Hay un edificio cuyo techo se forma con unas especies de gradas para observar el “espectáculo” y debajo se venden las entradas para los teatros de Broadway. El resultado es decididamente poco feliz. También lo son algunas medidas que intentan peatonalizar el lugar.

Tomamos un bus, hacia el SoHo, que se desplaza, como todo el transporte público en general, en forma rectilínea, en este caso por la 7th Ave. Esta particularidad es sin duda de gran comodidad, ya que en una ciudad en la que de por sí es muy fácil ubicarse, el movimiento en línea recta facilita aún más las cosas. La distinción entre calles y avenidas, junto con la adopción de la cuadrícula de manzanas fuertemente rectangulares, fue sin duda uno de los mayores aciertos del Plan de Comisarios de 1811 que dio forma a la ciudad. Esta posibilidad de constante diferenciación del espacio hace posible que uno siempre se encuentre ubicado, a lo que además se suma la situación de isla y la presencia axial del Central Park a la que ya nos referiremos.

En el trayecto pasamos por el Madison Square Garden y distraídos nos pasamos de nuestro destino, así que nos bajamos casi en Tribeca. Retrocedimos un poco y en seguida reconocimos el SoHo porque aflora la arquitectura característica del lugar que fue moda en los ’80. Se trata de los típicos edificios espaciosos y de pisos de alturas generosas que acompañaron el boom inmobiliario de los lofts y del tipo de vida que esta propuesta ofrecía. Ambientes altos y sin divisiones en busca de una valoración del espacio, incluso en detrimento de la comodidad que la privacidad siempre otorga.

Vivir en un loft fue durante esos años símbolo de un modo de entender la vida más libre, despojándose de antiguas estructuras y de los rigores que la intimidad impone. Como toda moda, fue pasajera, ayudó mucho a valorizar ciertas propiedades llevando su precio a las nubes, pero al mismo tiempo aportó un nuevo tipo de gusto por la calidad del espacio y por una estética despojada, que aún perdura aunque bajo otras premisas.

Más allá de estas consideraciones, en los edificios se destaca la gran calidad de elementos clásicos que se repiten en cada piso. Estos elementos actúan como unas especies de “parasoles clásicos”, entregando a las fachadas un carácter muy definido y una notable profundidad. Algunos edificios son realmente muy característicos y su lenguaje es de un excelente nivel. Notamos que hay muchos carteles de alquiler o venta, lo cual indica que la última crisis golpeó severamente a esta faja del mercado, seguramente agotando su fuente de financiamiento.

Nos acompaña una persistente llovizna, que no impide de todos modos la nutrida concurrencia que aprovecha la mañana del sábado para ultimar compras. Hay algunos locales dedicados a la decoración, pero en general el nivel de los negocios parece no tener un estilo demasiado definido. Las galerías de arte, que constituían un poco la sal del lugar, hace tiempo que han emigrado a Chelsea, en busca de mayor espacio y de alquileres más baratos.

El Soho corresponde en realidad a unas pocas manzanas y atravesando Broadway nos dirigimos a Nolita, al norte de Little Italy, barrio que pierde superficie a expensas del crecimiento irrefrenable de China Town. Sobre Broadway hay un importante sector comercial entre Houston y Canal St. por el que ya habíamos pasado ayer, pero ahora lo hacemos más al sur. Caminamos por una zona plagada de restoranes chicos y llenos de gente, con mucho movimiento, donde predomina la mezcla de razas y de estilos. Llegamos finalmente a nuestro destino recomendado: “Bread” en el 20 de Spring St. Un lugar con un menú de sándwiches y ensaladas, bastante accesible y una buena muestra de lo anotado anteriormente: mozos y comensales de todas las nacionalidades y un muy buen ambiente. Comemos en la barra y conversamos amablemente con el barman, oriundo de Pisa, al que le recuerdo mis orígenes livorneses.


A la salida la lluvia se hizo más fuerte así que paramos en “Forever 21” sobre Broadway para refugiarnos. Me divierto mirando los distintos comportamientos de las compradoras, donde sobresalen las asiáticas por actitud y, por el modo de estar vestidas, se parecen a nuestras adolescentes. Muchos miran, pero pocos son los que compran, como en todos lados. No se ve a las mujeres repletas de bolsas y supongo que es la crisis.

Luego de otra breve caminata por el Soho, cuando la lluvia ya amaina un poco, nos tomamos el Metro para ir a Chelsea, a recorrer algunas galerías que llevaba anotadas. Para llegar vamos por la 10th St. por una zona de monoblocks de ladrillo de vivienda popular, pero de buena inserción urbana, con parques muy cuidados entre los edificios. Más adelante hay cuadras de edificios de ladrillo de muy buena factura y otras con casas de dos y tres pisos, más del estilo del Greenwich Village. En fin, es un barrio que cambia mucho de una cuadra a la siguiente, sin un estilo muy definido, pero no por eso desprovisto de interés.

Cruzando la W 23rd St. se entra en el Gallery District, donde una vez más cambia el aspecto de las construcciones. Ahora el área esta ocupada por antiguos galpones cuidadosamente refaccionados de dos pisos de altura, en donde se encuentran las galerías, una al lado de la otra. Todo se desarrolla en unas pocas manzanas y es cuestión de abrir la puerta y entrar, raramente las obras se exponen en las vidrieras. Empezamos tímidamente la recorrida, hasta darnos cuenta de que la entrada es totalmente libre y nos fuimos animando de a poco.

Es difícil hace un recorrido prolijo, ya que el sucederse de visitas y la cantidad de artistas, entre famosos y desconocidos, fue demasiado como para permitir tener los recuerdos ordenados. Prefiero en este caso intentar más bien una visión del conjunto general para rescatar algo del ambiente.

Empezando por el continente, es decir por el espacio de las galerías en sí mismas. Todas conservan un tono parecido, empezando por el lógico blanco que predomina, siguiendo por la amplitud de las distintas salas de alturas dobles o triples y generosamente iluminadas, y terminando por el cuidado y el gusto en los detalles que rescatan y señalan el reciente pasado industrial de los edificios. El aire de “factoría” conservado me parece un mensaje que dice que si bien no es aquí donde el arte “se hace”, es al menos donde se “construye” su valor. Y esto más allá de las obvias referencias a Warhol.

Otro elemento a señalar, además de los lugares de exposición, es el de las oficinas, rigurosamente a la vista, y la gran mayoría provistas de muebles de diseño perfecto y de bibliotecas atestadas de volúmenes. Otro mensaje claro: el valor del arte no es fruto de la casualidad ni del capricho, está respaldado por un “saber”. Las bibliotecas son siempre inequívoca señal de fundamento. Hasta las mujeres que se parapetan detrás de altos escritorios de recepción parecen elegidas con un propósito bien definido. Nunca menores de 30 años, vestidas con elegancia minimalista, absolutamente pulcras y bellas pero no demasiado espectaculares. El arte no recurre a ciertas estrategias publicitarias, si bien es un producto del mercado, le gusta mostrarse diferente.

Las galerías se suceden y nos van sumiendo alternativamente en estados de ánimo que oscilan entre la admiración y el más absoluto desconcierto.


En la Mike Weiss Gallery nos sorprende una muestra de Yigal Ozuri, joven artista israelí. Miramos las obras de tamaño regular y formato cuadrado, más o menos de un metro cuadrado. No nos interesan demasiado hasta que después de un buen rato nos damos cuenta de que se trata de pinturas y no de fotografías. Una de las bases del hiperrealismo es provocar la incredulidad de quien lo observa, pero la particularidad en este caso está dada porque no se trata de objetos pequeños e inanimados, sino de desnudos en movimiento y en un ambiente natural de pastizales y árboles.

Otro caso es Nicolai Howalt al que descubrimos en la Bruce Silverstein Gallery. Allí encontramos fotos en formato gigante de pedazo de autos chocados, lo que corresponde al nombre de la muestra “Car Crash Studies”. El resultado son cuadros abstractos monocromáticos realizados por el fatal impacto de los autos. La fotografía es en este caso la que imita a la pintura en su vertiente abstracta. El artista elige un retazo de lo que se ha producido en modo casual y violento y crea un cuadro en donde aparecen sorprendentes “pinceladas” y planos de color. La fotografía, el arte que le robó a la pintura su potestad en cuanto a duplicar la realidad, ahora imita el camino que ella misma se vio en parte forzada a tomar, el del arte abstracto.

Más adelante, en Hasted Hunt Kraeutler, nos topamos esta vez sí con fotografías que no intentan esconder lo que son. Son temáticas y desarrollan generalmente cuestiones que tienen que ver con los procesos industriales de alto impacto en la naturaleza. En este caso, el tema elegido es el que lleva el nombre de la muestra y del subsiguiente libro, “Oil”, y se refiere, claro está, al petróleo. También hay otras referidas a la minería. Se trata de paisajes panorámicos que en algunos casos tienden a la abstracción. Una denuncia de los daños ambientales ocasionados por dichas actividades, pero expresada a partir de la belleza de las imágenes, lo que constituye una paradoja inquietante. Es la obra del fotógrafo Edward Burtynsky.

La Gagosian Gallery es considerada por muchos la más grande del mundo, pero su aspecto no parece tomar en cuenta esa consideración, ya que en poco se diferencia de sus vecinas. En ella tenemos oportunidad de ver una obra del hipercotizado artista japonés Takashi Murakami, de tamaño enorme como suelen ser sus obras y de un aspecto frío y algo amenazante. Condición que resulta aún más extraña si pensamos que las pinturas de Murakami se basan en el dibujo animado japonés. También en este lugar nos interesa la obra de Anselm Reyle, artista alemán. Sobre todo los cuadros formados por desechos de todo tipo y bañados en una capa uniforme de una espesa capa monocromática de esmalte brillante. Una especie de manta metálica y suave debajo de la cual se adivinan toda clase objetos y de texturas.

En la Stricoff Fine Art tenemos un nuevo encuentro con el siempre sorprendente arte hiperrealista, esta vez de la mano de Paul Beliveau y sus perfectas imitaciones de retazos de biblioteca, en donde se dibujan con precisión infinita volúmenes, supongo que de ediciones imaginadas, pero en los que se deja adivinar un contenido exuberante de imágenes. Los libros elegidos se refieren en general a artistas y arquitectos famosos, y se dibujan con extremo detalle. La biblioteca se transforma así en una especie de paisaje intelectual que nos sugieren los libros a través de sus lomos. También en esta galería vemos los muy sugestivos paisajes urbanos de Catherine Mackey, que nos hacen acordar bastante a los de la artista argentina Karin Godnic. Entre ellos destacamos Tony’s journey, compuesto por una serie de imágenes en un formato de cuadrados sucesivos.

Por último, entramos en la también muy famosa Pace Wildenstein Gallery, donde vimos la muestra de los hologramas de James Turrel. Sin duda la propuesta de hacer arte con algo tan inmaterial como la luz no deja de presentar un interés al menos desde lo conceptual, pero confieso que las obras no consiguen atraerme. Será que soy más materialista de lo que estoy dispuesto a admitir. De todas maneras, la reflexión sobre la materialidad en el arte es siempre interesante y la propuesta de la luz como una materialidad que podríamos llamar de grado cero tiene su atractivo.

Entramos en algunas otras galerías, como la Luhring Augustine Gallery (instalación con película de un ojo gigantesco musicalizado) y la Andrea Rosen Gallery (estudios de color sobre imágenes de rascacielos de Mies) y algunas otras de las que no dejé registro escrito. La memoria pierde eficacia ante la cantidad de obras vistas. Nos quedamos con ganas de más y con la intención de hacer una nueva visita, cosa que al final no pudimos concretar. De todos modos creo que tuvimos una buena muestra de las potencialidades del arte contemporáneo y la posibilidad de ver un poco del lugar donde tiene su presentación en sociedad.


El tiempo se terminó ya que teníamos que llegar a la apertura del Guggenheim Museum para aprovechar la visita en el horario “pay us you wish” (es decir, pague lo que quiera). Tomamos el Metro de una de las líneas del West Side y nos bajamos a la altura del museo con la idea de atravesar el parque. Con la última luz del día y con los vapores de la reciente lluvia tuvimos nuestro primer encuentro con el Central Park, bañado de una luz muy particular y de un aspecto melancólico. Una caminata con muchas paradas para fotos y también algunas pérdidas de orientación que nos retrasaron y nos hicieron llegar algo tarde a nuestro destino, otro de los puntos emblemáticos del viaje.

Tantas veces visto en fotos y estudiado con esmero, su visión no deja de producirme un impacto estremecedor. En primer lugar por su relación con el contexto que continúa siendo avasallante. Imposible imaginar la impresión que habrá causado la caída de este “aerolito” producida en 1959, año de su inauguración. Luego está el efecto cinético que el edificio produce ya desde fuera, y que en algún modo es el preludio de lo que va a ocurrir dentro, cuando veamos la gente circulando por el espiral.


Pero quizás lo que más llama mi atención es la rigurosa decisión por el uso de un solo material y cómo se mantiene con una tozudez admirable. Esta confianza en la forma como reflejo inequívoco de la función y la convicción de que solo este camino será el portador de significado del edificio es lo que me conmueve. Lo que en definitiva emociona es siempre la fe.


Esta elección que no reconoce distinciones ni categorías está llevada hasta sus últimas instancias tanto en el exterior como en el interior del edificio. No hay barandas, ni marquesinas, ni siquiera soleas, no hay nada, nada más que un solo elemento que se despliega siempre tomando la forma necesaria y sin ceder jamás al capricho. El material elegido para realizar esta proeza es el más pobre de todos, el humilde revoque blanco, decisión que lo acerca a las obras de Brunelleschi. Pero se sabe que no basta, para ser un arquitecto, tomar decisiones coherentes, por más acertadas y geniales que puedan ser, lo que realmente importa es lo que a partir de ellas se construye.


La maestría de Frank Lloyd Wright se destaca sobre todo en la resolución del acceso, en el que desprende una de las cintas del cilindro para conformarlo. Una solución natural y tremendamente efectiva, que no necesita de interrupciones previas ni de preparaciones ni de ningún elemento accesorio. Es el mismo elemento que se transforma en otra cosa, por su posición relativa en el edificio, pero sin dejar nunca de ser el mismo. Sobre él se estampan las sobrias y recatadas letras que lo nombran sin solemnidad.


Quien piense que esta obra surge de la automática aplicación del principio moderno que enuncia que “la forma sigue a la función” es por lo menos un ingenuo. En este edificio hay tanta resolución formal como en el más complejo, es más, es esa misma simpleza la que denuncia el esfuerzo necesario para llevarlo a cabo con éxito.


De todos modos, hay algunas cosas en el proyecto que no me parecieron del todo resueltas, como por ejemplo la relación entre la rotonda y el pequeño volumen cuadrado de la izquierda que no parece del todo feliz en un edificio casi perfecto. Tampoco lo es, a mi juicio, el modo como el elemento que los conecta entra en contacto con la rotonda. Pero sí es ampliamente satisfactorio el moderno y pequeño edificio de la ampliación del museo, que entra naturalmente en relación con este, sirviéndole de fondo, aislándolo del contexto y realzando así su figura.


En el interior se nota la dura lucha emprendida con la estructura del edificio, que en algún punto fracasa al no permitir la continua circulación de la rampa en toda su extensión. Esta se ve interrumpida, en coincidencia con los cilindros verticales (que contienen los escasos baños), por una ménsula invertida que sostiene la viga parapeto del interior del espiral.

La rampa circular, lejos de ser una operación mecánica y repetitiva, vibra con la aparición asimétrica en uno de los lados de una interrupción convexa de la misma curva. El círculo pierde así su condición de infinito y la ruptura permite tener una referencia en el mismo. A este juego de asimetrías, que permiten apartar al edificio de la monotonía, se suman la resolución en planta baja con la pequeña fuente elíptica y el articulado mostrador en madera del ingreso (que no sé si responde al proyecto original).

La rotunda se muestra en todo su esplendor, con la gente que circula en un movimiento continuo. El efecto produce cierta extrañeza ya que desde la planta baja es imposible ver los cuadros, demasiado “hundidos” en la profundidad de la pared. Con lo cual todo ese movimiento aparece sin sentido. El ascensor, otro problema técnico no resuelto, no llega hasta el nivel más alto, con lo cual la supuesta idea de recorrido de Wright, subir hasta el nivel superior y descender viendo las pinturas, queda algo debilitada. De todos modos, el modo en el cual se muestran las obras es inmejorable, por la iluminación, y también por el espacio ya que permite a uno detenerse y “salir” del flujo de la circulación que pasa por detrás, de modo tal que uno puede abstraerse y entrar en un contacto íntimo con la obra.

Es tal la cerrada correspondencia que el edificio establece entre el exterior y el interior que los supuestos defectos señalados desde afuera se repiten adentro. Es decir, la relación entre la muestra que se exhibe en la rotonda se comunica con cierta dificultad con las obras que se exhiben en los espacios aledaños. En este caso, el espacio central está íntegramente dedicado a una monumental retrospectiva de Kandinsky, mientras que la colección permanente se presenta reducida y algo desordenada en los restantes lugares, que se visitan en un desorden algo incómodo, ya que la comunicación entre un espacio y otro se realiza a través de la espiral.

No tuvimos mucho tiempo para ver el contenido del museo, sólo 45’, con lo cual hicimos una rápida recorrida y prometimos volver con más calma el sábado siguiente. Dejo entonces para esa ocasión mi apreciación sobre lo allí visto, tanto de la reducida colección permanente como de la muy completa retrospectiva del padre de la abstracción.

11 comentarios:

Mari Pops dijo...

lo que siempre emociona es en definitiva la fe...

Murakami me recuerda a Matta. Evidentemente es un excelente dibujante, pero no conozco mucho su obra
Entiendo lo de que al arte le gusta mostrarse diferente: la estetica de esos salones, esos escritorios, esas mujeres no parece casual

Y con repecto al Guggenheim, me gusta mucho el edificio. Comparto la critica hacia el tema del ascensor es muy pequeno y creo que hay uno solo.
La idea del espiral es fabulosa, sobre todo para mi a quien no le gusta perderse nada. Ese pasillo descendente me muestra casi toda la coleccion. Ademas me descansa ir "barranca abajo" por decirlo de alguna manera

Espero tu mirada sobre Kandisnky

La herida de Paris dijo...

Gracias Mary, por la lectura y por compartirla. El encuentro con el Guggenheim es de esos que recordaré toda mi vida y para llegar Kandinsky vas a tener que se paciente.

Saludos

Lánguida crónica dijo...

no sé si perdonaré tu referencia al impacto negativo de la minería, a propósito de la casualidad de toparte con fotos de Burtynsky.
y profunda envidia a la suerte que te tocó con la muestra en el guggenheim...nada menos que Kandinsky!! acabo de terminar de leer "eramos unos niños", de patti smith, que describe muy bien la movida beatnik de los 70 cuya médula espinal transcurría en el hotel chelsea. pasaron por ahi?

La herida de Paris dijo...

Yo hablé de "alto impacto", lo de "negativo" corre por tu cuenta.

En cuanto a Kandinsky, lo importante es que estaba el poster de tu cuarto. Y por lo de Patti no pasé, quedará para una próxima.

Saludos.

María dijo...

Te olvidaste de contar que ese segundo día del viaje era nuestro aniversario que, como la mayoría de las veces, festejamos poco románticamente: nada de velas y restoranes caros. Lo seguro es que “Bread”, recomendado por la amiga fashion de Ale, tiene bastante más onda que el “Sudamérica” de Miramar, donde lo habíamos pasado un par de años antes.

Estuve dudando si incluir, entre las fotos del Guggenheim, una en la que estás sentado en un banco en la vereda de enfrente, que da sobre uno de los lados del Central Park, mirándolo extasiado, que capta perfectamente la emoción que te causó ese encuentro y que relatás tan bien en este posteo, pero estaba muy fuera de foco y preferí dejarla afuera.

La herida de Paris dijo...

Lo importante no es dónde, sino con quién se festeja. Me acuerdo el primero que no volvía dormir a casa y el segundo que se acabó la garrafa en la mitad de la cocción de alguna exquisitez y lloraste de bronca. Pero aquí estamos.

Y gracias por dejarme afuera de las imágenes, no creo que mi cara boquiabierta hubiera agregado demasiado.

Beso.

Anónimo dijo...

Opi, dame un mail al que pueda escribirte para invitarte a mi nuevo blog, pues este lo cierro.

Un abrazo

Mariana

Rob K dijo...

NY es para mí un lugar mítico entrevisto sólo a través del cine, ahora la conozco un poco más a partir de estas excelentes notas tuyas. De nuevo aprendo aquí.

Un abrazo.

La herida de Paris dijo...

my, mi mail es opimazz@campstiscornia.com.ar

Saludos.

La herida de Paris dijo...

Gracias Rob, también para nosotros fue así durante los veinte años que planeamos este viaje, hasta que se nos dió la oportunidad. Espero que llegue para vos también la posibilidad de conocer la ciudad en vivo. Mientras tanto me alegro que mi mirada en algo te sirva.

Saludos.

Anónimo dijo...

Te mando mail entonces y te invito por esta vía a MY nuevo blog, con sorpresita que te gustará y sobre la cual hablamos alguna vez. Un abrazo grande!