domingo, 8 de mayo de 2011

Crónicas de NY VI

Día 06 (miércoles): METROPOLITAN (Lower East)

Arrancamos el día caminando por la 5th Ave. con rumbo al Central Park. Entramos en algunos locales y también nos detuvimos en el Rockefeller Center, edificio emblema de la ciudad y provisto de connotaciones heroicas que se refieren a la salida de la Gran Depresión. La entrada de ese magnate del petróleo en el mundo de los bienes raíces tuvo efecto multiplicador en la decaída economía de la ciudad, construyendo un capítulo del “sueño americano”. Me recuerda la frase de Andy Warhol: “no sé lo que es el sueño americano, pero pienso que podemos hacer un montón de dinero con eso”.


El complejo que comprende una serie de diecinueve edificios se destaca por la marcada intención de crear un espacio urbano, “una ciudad dentro de la ciudad”, según el lema de su mentor. Más allá de las declamaciones, la intención del desarrollo fue la de crear un nuevo centro de negocios en el Midtown que rivalizara de algún modo con la zona más antigua de Wall Street.


Hay un inteligente y rico uso de las diferencias de niveles que permite aprovechar mediante patios los usos de los espacios ubicados bajo la cota de la vereda. Los locales comerciales interactúan con los edificios de oficina dando al conjunto una particular energía. El lenguaje elegido es un rígido y muy austero art decó, sobre el cual se adhieren una profusa cantidad de elementos simbólicos.


Entre los elementos figurativos sobresale la gran cantidad de bajorrelieves en distintos materiales, realizados en un estilo arcaizante y geométrico, muy efectivo. La multiplicidad de los temas escogidos va desde la Biblia, pasando por la mitología y también por la exaltación de las nacionalidades. Todos conforman una especie de sinfonía coral que canta las bondades del espíritu de empresa y reflejan un vibrante humanismo sincrético, muy americano.


Se destaca en el ingreso la potente estatua de bronce de Atlas sobre la 5th Ave. El dorado Prometheus, que vuela como un moderno arquero de futbol llevando en su mano el fuego robado a los dioses, resume el espíritu de todo el emprendimiento.


Más adelante nos corrimos hasta Park Ave. para ingresar a otro hito de la arquitectura americana, el Waldorf Astoria. Inaugurado en 1931, el imponente hall totalmente realizado en art decó es una enciclopedia de este estilo. Hay gran manejo de la escala y los ambientes, que se suceden sin interrupción, nunca resultan impersonales, condición que se logra a partir de los excelentes detalles.

El estilo difiere un poco del visto en el Rockefeller Center, tiene en este caso un aire más clásico, que no recurre a la tendencia icónica del anterior. Aquí hay una sensación de un lujo contenido que está a tono con el capitalismo de la época post depresión. Una riqueza sólida que no necesita ser ostentosa, cosa que el lenguaje clásico, siempre severo, ayuda a reforzar.

Señalo, si bien lamentablemente lo pasamos por alto, el local del Emporio Armani en el 717 de la 5th Ave. y 56 St., diseñado por el arquitecto italiano Massimiliano Fuksas, en donde sobresale la compleja escalera de acero blanco que une los distintos niveles del local. El edificio que lo contiene fue el primero en ser construido en International Style en la 5th Ave. Conocido como el Corning Glass Building, fue proyectado por Harrison, Abramovitz & Abbe a mediados de la década del ’50.


Al llegar a la 57 St. tomamos el bus para llegar a tiempo a la apertura del Metropolitan, objetivo excluyente del día. Aclaro de entrada que resultará imposible el intento de resumir la visita a un museo de la vastedad de este, uno de los más grandes del mundo, sino el mayor. Aun habiendo recorrido un mínimo porcentaje de su colección, resulta siempre y en todos sentido demasiado.


De todos modos, sin querer escapar al compromiso, intentaré una especie de resumen para lo cual dividiré lo visto en esta primera visita en cinco grandes grupos, a saber: arte clásico, Vermeer, inicio del siglo XX, Francia siglo XIX y por último el arte americano de este siglo.

En el primer grupo quizás lo más interesante sea poder observar la evolución del período clásico que abarca unos diez siglos, y que fue la fuente y origen de todo el arte occidental. Empezando con las cerámicas de dibujo geométrico anteriores al siglo VI a. C., que se continúan con los vasos decorados con las clásicas figuras de estilo arcaico que relatan mitos. Es curiosos ese lento evolucionar del arte desde lo abstracto a lo figurativo, recorriendo un camino inverso al de la modernidad.

Las salas se suceden repletas de vasos, esculturas de gran tamaño y pequeños objetos de la vida cotidiana. Algunos parecen actuales, como por ejemplo los que se refieren a los adornos para las mujeres, aros pulseras y otros, que hacen pensar que en algunos aspectos el hombre, o la mujer en este caso, poco han cambiado. Misteriosamente uno se siente cerca de aquellos antepasados.

La calidad y el realismo de la figura humana en la escultura avanzan vertiginosamente con el correr de los siglos. La perfección parece al alcance de la mano, aunque siempre domina una rigidez clásica que es como un sello. De todos modos se puede concluir que el camino hacia el realismo, en cuanto a la escultura se refiere, estaba prácticamente concluido hacia el siglo IV a. C. Conclusión a la que por otro lado ya había llegado Miguel Ángel y que motivó un giro decisivo en su obra.

También hay lagunas pinturas antiguas en una reconstrucción de una villa romana que sorprende por su naturalidad. Basta tener presente a los primitivos para darse cuenta del esfuerzo que le costó a la humanidad recomenzar desde este punto de partida. Los frescos del “dormitorio de los esposos” son conmovedores y de una paleta muy intensa, sobre todo en los rojos terrosos que dominan las imágenes.

Una columna cortada del período helenístico (300 a. C.) permite observar de cerca el capitel jónico y el grado de perfección alcanzado en un elemento de arquitectura. La prolija factura hace pensar en una búsqueda que va más allá de lo funcional, a pesar de ser un elemento simbólico, sobre todo en algo que solamente podía ser visto a una distancia considerable.

El final es para la edad imperial y la impresionante serie de bustos de emperadores que mantienen intacta su expresividad. El busto de por sí otorga una importancia que tiene que ver con lo estrictamente cultural. Sobre el final los alegres sarcófagos repletos de procesiones fúnebres cargadas de dones tienen un aspecto que poco tiene de lúgubre, son más bien festivos. Sin duda los antiguos romanos habían encontrado un modo particular de relacionarse con la muerte, a pesar de pensar que poco había después de ella.

El segundo grupo se centra en una casualidad. Tuvimos la enorme suerte de encontrar en nuestra visita una muestra temporaria cuyo único fin era presentar la famosísima obra de Vermeer, La lechera. Ésta llegaba en préstamo desde su casa, el Rijksmuseum de Amsterdam, para celebrar el 400 aniversario del descubrimiento de la ciudad por los holandeses. Una obra fantástica que muy difícilmente hubiera visto de no mediar esta prodigiosa casualidad.

Es de un tamaño muy reducido y parece haber sido recientemente restaurada porque brilla con una luz muy particular. La muestra reúne también los otros Vermeer que posee el museo, además de las reproducciones y las historias de todas las obras del pintor que son solamente unas treinta y seis. Es muy elogiable el sentido didáctico que encuentro en los museos de esta ciudad, donde se ve un verdadero interés no solo por mostrar, sino también por enseñar al público.

El cuadro es realmente notable por muchos motivos, empezando por la clásica iluminación lateral de Vermeer que se difunde por toda la tela, siguiendo por la acertada paleta de tonos fríos que contrastan con el amarillo en el centro de la tela y concluyendo por la historia que cuenta de forma tan elocuente. El mundo contado desde el interior de estos personajes femeninos, que conforman un “detrás de escena” que permite imaginar lo que ocurre fuera, más allá de esas altas ventana desde donde llega la luz. Así Vermeer elige el modo de retratar la pujante Holanda del siglo XVII, la contracara de ese fugaz y de algún modo frágil imperio.

Una mujer pobre, una sirvienta quizás, que vierte le leche con delicadeza transformando ese sencillo acto cotidiano en algo casi sagrado. Todos los detalles del cuadro hablan de simpleza, las paredes desnudas y rajadas (no hay mapas colgando de ellas) que guardan las huellas de antiguos clavos, la vestimenta sencilla y arremangada con cuidado, los cacharros cerámicos y el cesto colgado con descuido y por último, en primer plano, el pan, que todo lo ennoblece.

El tercer grupo, uno de los más extensos y variados, se refiere a la pintura de los inicios del siglo XX. Esa época en la cual la pintura empezó a representarse a sí misma. Una lenta despedida del mundo exterior, que se empezó a convertir en un modelo cada vez más circunstancial. El largo recorrido que tuviera su partida signada en Las meninas de Velázquez.

Se hace imposible en este caso intentar siquiera un resumen, solamente me conformaré con señalar algunas obras que por algún motivo quedaron más impresas en mi memoria. Vimos una importantísima cantidad de Picasso, en su etapa cubista y en especial de su posterior adhesión al surrealismo alrededor de los años ‘30. De esta última hay una impresionante serie de mujeres soñadas y prácticamente irreconocibles que apenas se distinguen del fondo de donde surgen sin lograr despegarse del todo. Mujeres inquietantes que se parecen a monstruos, pero que tienen una vitalidad innegable.

Pudimos ver con emoción varios Modigliani inolvidables, pintor para mí especialmente querido por muchas razones que van desde su origen hasta los recuerdos de las reproducciones que había en casa. El Desnudo reclinado me resultó realmente impactante por su tamaño y por la técnica tan particular que se traslada a todo el cuerpo de la mujer, transformándolo en una figura plana, pero que de algún modo no pierde su volumen. También el retrato de Jeanne Hebuterne con su misteriosa y humilde camisa blanca que se contrapone al sillón dorado, formando una especie de figura abstracta de donde surge la melancólica mirada de la mujer.

También tuve mi primer encuentro con los pequeños Klee, lo que fue una gran emoción. Vimos mucho cubismo además del de Picasso, Braque y Juan Gris, y también más surrealismo con sin duda su exponentes más famoso, Dalí. También de esta escuela, aunque no en este caso, un potente autorretrato de De Chirico de perfil severo sobre un fondo verde. Además de Chagall y de un Miró azul difícil de olvidar, los insólitos personajes de Dubuffet y los frágiles caminantes de Giacometti.

Agotados después de esta cantidad de información recibida y disfrutada, decidimos hacer un alto para almorzar. Para ello nos dirigimos a la terraza para restaurar fuerzas y comer los sándwiches de salame que habíamos traído. La terraza merece ser visitada también por la vista al Central Park y a la ciudad que desde allí se tiene, aunque el día estaba un poco nublado y ventoso.


En la misma encontramos otra sorpresa ocasional, la escultura gigantesca de Roxy Paine denominada Maelstrom. Un árbol metálico arrojado sobre el deck de la terraza, de unos 40 metros de largo que en algunos puntos alcanza los 10 de altura. Está construido con caños industriales de distinta sección, con las soldaduras a la vista y totalmente pintados de un plateado brillante. La obra pertenece a la serie “Dendroids”. Su forma plantea una singular relación entre lo natural de la forma y la materia en la que está realizada. En este caso obliga además a una particular interacción con la obra, ya que se encuentra en medio de la terraza y es necesario sortear sus partes para caminar por ella. Su posición plantea un primer plano interesante para el disfrute de las magníficas vistas sobre la ciudad.


Afrontamos por la tarde el cuarto grupo, que plantea por su extensión aun mayores dificultades que el anterior. Se trata de la pintura europea del siglo XIX en un recorrido muy completo. Empezamos por los naturalistas y por los fantásticos bosques de Corot, pintor al que me liga afectivamente el recuerdo de sus cuadros en el museo de Buenos Aires. También encontramos a Courbet y sus potentes mujeres llenas de sensualidad y kilos de más. De la otra margen del canal hay unos brumosos Turner y buenos paisajes de John Constable.

Más adelante volvemos a encontrar al Picasso del período azul, con cuadros que tienen un notable valor y que pintan un universo lúgubre de personajes agobiados por el peso de sus vidas. Después de ver esta serie uno no puede dejar de preguntarse por la increíble versatilidad de este artista monumental. Y después Renoir, Gaugin, Manet, Monet y todos los impresionistas mayores y menores.

Una mención aparte para los muchos Van Gogh que hay, entre los que sobresalen por razones afectivas el par de zapatos que me hace acordar al ensayo de Heidegger, aunque en una versión más urbana. También hay una seguidilla de tres que me llamaron especialmente la atención por tener una paleta no típica de Van Gogh: Roses, con un fondo verde agua, Women picking olives, con su cielo rosa pálido, y el más clásico, de pincelada tortuosa y cielo bien celeste Olive trees.

También se destacan los muchos Cezanne, el pintor con más reconocimiento dentro de los seguidores, verdadera bisagra de ese tiempo entre el impresionismo y los movimientos posteriores que tendieron más a lo abstracto. Están sus famosas frutas particularmente iluminadas y los infatigables estudios del Mont Saint Victoire.

Descubro a Degas, artista al que siempre le tuve poca paciencia, sobre todo por su insistencia en el motivo recurrente de sus bailarinas hechas en pastel. En primer lugar lo descubro como escultor, no solamente por su célebre y famosa bailarina de bronce y pollera tutú, sino además por sus pequeños y exquisitos caballos de bronce. En segundo lugar su pintura vista en vivo tiene otro valor, porque el pastel es una técnica que se aprecia mucho viendo el trazo y en combinación con los rápidos esfumados. Sin duda más allá del exceso de bailarinas, no cabe duda de que es un artista y un dibujante excepcional, que hasta ahora no había apreciado en su real dimensión.

Cuando nos anuncian que el museo cerrará en diez minutos corremos para llegar al último grupo, es decir los pintores del expresionismo americano, uno de los motivos principales para mí de todo el viaje. Solo nos queda una mirada rapidísima, mientras el guardia nos va instigando a la retirada. El encuentro con mi primer Pollock es fugaz pero intenso, una experiencia que yo esperaba hace ya muchos años. De todos modos es suficiente para quedar subyugado y para saber que volveré en los próximos días.

Somos echados casi a empujones del museo y a la salida encontramos que todavía queda algo de luz. Nos dirigimos entonces al subte para ir a dar un paseo por el East Village en el otrora mal afamado Lower EaSt.

Bajamos nuevamente en Astor Place, frente a la Cooper Union, pero esta vez nos dirigimos a la izquierda, hacia el este, alejándonos del distinguido Greenwich Village. Sin duda la adición de la palabra Village al nombre East tiene su origen en una movida inmobiliaria que trata de elevar con el nombre el nivel (y los precios) de un barrio. Algo similar a lo que ocurre con los infinitos “Palermos” de Buenos Aires.


Antes de empezar la caminata descubrimos la ampliación de Cooper Union, recientemente inaugurada, ubicada en el 41 Cooper Sq, detrás del viejo edificio. Está totalmente dedicado a la educación universitaria y tiene dentro distintas facultades. Se trata de una estructura de forma realmente extraña totalmente envuelta en una especie de piel de chapa perforada a la que se le han practicado extravagantes cortes.


Ingresamos al hall de acceso de múltiple altura y planos inclinados, pero no nos permiten ir más allá. Desde allí arranca una escalera de forma zigzagueante que recorre toda la altura del edificio. Después me entero que se trata nada menos que de un diseño de Thom Mayne para Morphosis. El resultado del edificio es sin duda impactante, aunque no es el tipo de arquitectura que a mí personalmente me gusta, entre otras cosas porque su materialidad siempre luce desprolija.


Empezamos nuestro recorrido derecho por la East 7th St. hasta el Tompkins Square Park en el corazón de la antiguamente temida Alphabet City. El barrio que encontramos a nuestro paso nos resulta especialmente atractivo, ya que tiene un aspecto más pobre, pero ciertamente más genuino que la bohemia rica de su vecino del lado oeste. Acá hay una gran variedad de negocios de ropa y objetos usados y restoranes exóticos. La gente es prácticamente en su totalidad inmigrante, donde predominan los asiáticos y los latinos.


El parque se entrevé en la penumbra, mientras que los pequeños bares que lo rodean se preparan para ofrecer la comida de la noche. La media luz del atardecer le da al ambiente un clima especial.

Al llegar al parque ya es casi de noche y giramos a la derecha por Ave. B hasta atravesar Houston Ave. A partir de allí comienza la zona estrictamente del Lower East Side, que también tiene mucho movimiento. Los Yankees juegan un partido decisivo de la Serie Mundial de Béisbol y la gente llena los bares para verlo.

6 comentarios:

Rob K dijo...

Ciertamente impactante se ve ese edificio de Mayne, aunque no sé si me resulta "lindo".

Una vez más disfruto con su mirada de NY.

Saludos.

La herida de Paris dijo...

Rob: la belleza es siempre impactante, pero no al revés. En particular nunca entendí a Morphosis, ni a Ghery, ni a Fuksas, ni a ninguno de estos cultores del formalismo a la moda. Pero debo ser yo y mis limitaciones.

Saludos.

Mari Pops dijo...

que ganas de comentar cada parrafo Opi

El MAestrom que desconocia me dio mucha curiosidad y me puse a ver imagenes. Desolacion y cierta angustia fue lo que senti, como esos esqueletos de animales que mueren al sol del desierto..

Siento gran admiracion por algunos pintores: Cezanne, Matisse, Kandisky y Pollock. Siempre hay otros pero estos son mis amores.

De Pollock admiro su libertad, su falta de frenos para expresarse, su credibilidad. Sus chorreados son chorreados del alma que siempre me conmueven hasta las lagrimas.

Kandisky es la musica, la ilusion la libertad, el sentido de la expresion en si misma

Matisse otro artista libre que comienza por el clasicismo, atraviesa fauvismo, cubismo, y termina a sus 90s cortando los mas abstractos collages. El hombre que no teme al cambio, el hombre joven

Cezanne, el gran innovador, el que ve mas alla, el que cambia, el que provoca un giro, un punto de infleccion

Vuelvo a aseguir leyendo

Mari Pops dijo...

recibo el National Geographic y justo abro un articulo que habla sobre el High Line Park. Lo viste? Yo no, pero es muy curioso. ALgo similar vi este anio en Paris cerca de La Bastille, un paseo de altura totalmente ajardinado

La herida de Paris dijo...

Me juego a decirte que te hubiera encantado el Maelstrom. Lo que pasa es que son esas cosas que solamente se pueden apreciar "in situ", sobre todo por que el contraste con el parque "real" era realmente sugestivo.

En cuanto a tus pintores elegidos, nada que acotar, salvo que Matisse fue para mi un descubrimiento de este viaje.


Última, conocí el proyectode High Line lamentablemente cuando estábamos de vuelta. Lástima por que creo que podríamos haber visitado la primera etapa, que se inauguró unos meses antes de nuestra visita. Quedará para otra visita, si algún días se concreta.

Saludos y gracias como siempre por la lectura.

María dijo...

Quiero volver al Met! y más después que terminen tus clases de historia de la pintura, para tratar de ver las obras y entender al artista como vos lo hacés.
Aunque en ese caso, más que unos sándwiches de salame para comer en la terraza, nos tendríamos que llevar una carpa para acampar en el museo y poder ver todo lo que hay…