domingo, 31 de julio de 2011

Blind Melon

En el sistema solar de las frutas, al melón le corresponde el lugar de Júpiter. Por su perfecta redondez y también por su tamaño, solamente superado por la oblonga sandía, que a mi juicio es un astro caído de otra galaxia. Es el melón un planeta de tersura perfecta, que se manifiesta en general con un frágil amarillo que hace equilibrio para no deslizarse hacia el territorio inmaduro del verde o bien caer a un precipicio pasado de naranja.

Viene al mundo con un andar rastrero, guarecido entre las hojas gigantes de su planta. Allí, echado por tierra, mira los otros frutos mecerse aéreos entre las ramas y seguramente piensa que difícilmente exista un árbol capaz de sostenerlo. Su origen se remonta a los pantanos del Nilo, en donde creció al ras de aquellos limos iniciales, entre gatos sagrados y momias de ojos pintados. Su perfume endulzaba la siesta de los faraones y también la fatiga del esclavo judío, en las tardes de aquel imperio somnoliento de siglos.

Su redonda estructura guarda celosa desde entonces su secreto hecho casi exclusivamente de agua. Su sabor es tan tenue que solo se descubre con argucias. En primer lugar, el tacto, mediante un ligera presión de los pulgares en el ápice de ambos hemisferios. Si estos son blandos como la mollera de un recién nacido, el destino será prometedor. Después se procede a oler su superficie pegando bien las narices, como quien besara una sagrada frente. Por último, el oído, agitándolo con fuerza y esperando algún sonido que delate su madurez, aunque creo que esto último sea una verificación inútil. El melón es un fruto mudo.


La incertidumbre del gusto es una constante de las frutas, por eso enfrentarlas siempre resulta una aventura. Sobre el costado de la ruta donde antaño se vendían he visto a la gente actuando como ciegos antes de concretar su compra. Solo unas horas más tarde se vería la eficacia de aquellos ritos, cuando ante el preciso paso del cuchillo, abriera sus entrañas, dispuestas a hacer frente al calor de un agobiante verano. Porque, más allá de su gusto, el melón es siempre una esperanza de genuina frescura.

Muchos son los matrimonios que han sellado las frutas, pero no cabe duda de que el del melón es de los más singulares. No se sabe con certeza quién fue el que le presentó a su fiel cónyuge, el jamón, pero todo parece indicar que tal encuentro se produjo en Italia. Allí sus vidas se unieron para siempre y transitan desde entonces con una indisolubilidad que es ejemplo de católica ortodoxia. Una historia de amor que, como tantas otras, rompió los estrechos límites de la península para convertirse en patrimonio de la humanidad: Paolo e Francesca, Romeo e Giulietta, prosciutto e melone.

El mentado matrimonio separó al melón de sus compañeras y partió para siempre hacia el inicio del menú, dejando a las frutas olvidadas en las últimas páginas, entre flanes y ambrosías. Lo recuerdo servido en mi adolescencia en ecuánimes medialunas, con el jamón recostado como un noble romano sobre el húmedo lecho frutal. Había que cortarlo con pericia sin alejarse demasiado de su finísima piel, para evitar el derroche; pero tampoco muy cerca, porque la proximidad de la cáscara era segura promesa de dolor de panza. Finalizado el trabajo, quedaban las cáscaras como los restos dispersos del casco de una antigua nave, sorprendida en la tierra seca de una fuente de loza. Siempre veía partir hacia la cocina su esqueleto, con un dejo de nostalgia.

6 comentarios:

Rob K dijo...

Me sumergí en este ensayo meloniano y, además de hacérseme agua la boca y desear de inmediato un "Rocío de Miel" (y un pata negra), degusté cada palabra, cada imagen. Poética y potente, excelente prosa, Opi.

Saludos.

La herida de Paris dijo...

Gracias Rob, Estuvo bueno recordar al melón en este duro tramo del invierno.

Magda dijo...

Qué precioso mantel has dibujado, París!

La herida de Paris dijo...

Gracias Magda, esta tomado de la realidad, por que es uno que usamos en casa.

Saludos.

Magda dijo...

Es curioso que al mencionar "melón" a mí me ha venido la imagen del típico melón balón de rugby, no el redondo y amarillo que yo asocio más al francés.

Por cierto, mencionas Italia, allí probé el helado de melón, exquisito, fruta hecha delicia.

:D

La herida de Paris dijo...

Se ve que los melones acá entre nosotros, son del tipo francés por que no ubico lo que vos decís.
En cuanto al helado, confieso que es un gusto que jamás se me hubiera ocurrido pedir, existiendo el granizado de dulce de leche.

Saludos