jueves, 18 de julio de 2013

CHICAGO CRÓNICAS VII

Día 07 (lunes) – WICKER PARK


Luego de un paréntesis de casi tres días en Washington DC, retomamos nuestra visita a la ciudad, en lo que sería la última jornada antes de emprender el regreso a casa, a la mañana siguiente.

Empezamos dirigiéndonos nuevamente hacia el oeste, esta vez en el metro, para dar un vistazo por uno de los barrios que prometían autenticidad: Wicker Park. Organizado a ambos lados de una extensa diagonal, Milwaukee Ave., el barrio fue en un primer momento el receptor de las comunidades de inmigrantes del centro y el norte de Europa. A partir de los años ’80, comenzó a consolidarse como una opción para la gente joven, y se fue conformando como una zona de importante movimiento cultural, que se sumó a la riqueza propia del lugar aportada por su diversidad étnica.


Sobre eje de Milwaukee Ave.,  se suceden edificios que no alcanzan a conformar una identidad compacta, como suele suceder con las avenidas comerciales. Algunos más antiguos y restaurados tienen algún encanto, pero a estos se suman otros totalmente desprovistos de interés. A esta situación se sumaba el horario, de mañana temprano de un lunes, poco apto para percibir el carácter que seguramente debe tener el barrio en otra situación y que su arquitectura por sí sola no alcanza a transmitir. Dentro de los lugares significativos señalamos el triple cruce de las avenidas North, Damen y la ya mencionada Milawaukee, verdadero corazón del barrio. Allí hay edificios singulares, como el horizontal Flat Iron Building, y en diagonal con este, la Northwest Tower, único edificio en altura en varias cuadras a la redonda, de un estilo art decó bastante rudimentario. Entre estos edificios se celebra en verano el Coyote Festival, una importante reunión de artistas de diversas tendencias que año a año crece en convocatoria.


Hacia el este de Nothr Ave. y al sur de la Milwaukee Ave. se desarrolla un barrio residencial que se caracteriza por la presencia de una gran cantidad de casas de un singular estilo al que podríamos llamar genéricamente alemán. Hacia él nos dirigimos y quedamos impactados por la coherencia del estilo y por la riqueza de los detalles decorativos de las distintas casas



Entre ellas sobresale la Wicker Park Lutheran Church, con aire románico confirmado por una fina piedra gris. La iglesia es el centro de la comunidad germana y escandinava que fue la población original que hoy resiste el avance latino.


El barrio es como un verdadero oasis, muy distinto al aire presente en la vecina avenida y remata en el triangular Wicker Park, que también recorremos y que luce vacío y enriquecido, una vez más, por el otoño.


Terminada esta primera recorrida, nos separamos con María, ya que siendo el último día,  ella tenía que cumplir con encargos, y yo quería aprovechar para ver todavía algunas cosas y revisitar otras. El primer destino, el campus de la Universtity of Illinois in Chicago (UIC), ubicado sobre la autopista Dwight Eisenhower Expressway, que continuando en dirección del lago, marca el límite sur del Loop. La estación del subte, a esta altura salido a la superficie, se encuentra ubicada, como muchas otras acá, sobre la autopista. Desde allí se tiene una impresionante vista del Loop, distante un kilómetro, y dominado por la presencia siempre sobrecogedora de la Sears Tower.

Saliendo de la estación enseguida me encuentro con un parque que precede el acceso al campus. Este fue proyectado en su versión inicial por uno de los grandes arquitectos del estudio SOM, Walter Netsch, que levantó la mayoría de los edificios que lo componen en los cinco años que van entre 1963 y 1968. La universidad tiene la particularidad de ser una institución pública, y aun dentro de los límites que tiene esa expresión acá, se destaca por la diversidad social y racial que se encuentra entre la población estudiantil. Este espíritu público, que no desdeña un cierto aire austero, se traduce de modo ejemplar al proyecto, realizado con una impecable unidad estilística y una ejemplar coherencia.

El estilo elegido es el de un sobrio brutalismo, que se combina con una gran fantasía formal, que lo vuelve muy personal. La totalidad de los edificios creados por Netcsh están realizados utilizando hormigón visto de fuerte textura, que se combina con un ladrillo visto de color marrón muy oscuro, que les da un aspecto severo. Sobre la derecha del complejo destaca la magnífica torre de la administración, la University Hall. Alta unos 30 pisos, la torre cambia la grilla de hormigón que constituye su único recurso formal, con la particularidad que el volumen crece hacia arriba. Con gran sentido de las proporciones, Netsch utilizó las derivadas de la sección aurea, el primer tercio está formado por rectángulos verticales, la zona media la cuadrícula se estabiliza, mientras que el último tercio adopta una marcada horizontalidad. Este juego invertido, que de algún modo atenta contra la esbeltez del edificio, le brinda sin embargo un gran equilibrio como si la torre se avergonzara de ser tan alta, en un conjunto donde sobresale el bajo perfil.

A la izquierda del acceso, en cambio, encontramos las enmarañadas formas compuestas por sucesivos cuadrados, rotados incansablemente, de la Architecture and Arts Building. Este edificio pertenece a la segunda generación de los realizados por Netsch para la UIC y responde a una nueva teoría de proyecto, basada en geometrías complejas. El volumen, casi en su totalidad revestido del oscuro ladrillo, posee unos sorprendentes apariciones de vidrio, como si la piel del ladrillo, cortada con un afilado bisturí permitiera surgir una estructura todavía mas compleja, que habita en su interior. Notables en uno de sus ángulos las dos pirámides de vidrio invertidas que se tocan en el vértice, que recuerdan los Broken Obelisk de Barnett Newman, realizados justo en esos años. El elaborado acceso al edificio combina rampas, escaleras y una pasarela que en forma de puente atraviesa la calle principal del campus. El interior del edificio, que recorro con asombro, conserva el aire severo y tiene un desarrollo laberíntico, donde los espacios siempre ricos parecen esforzarse por no caer en el caos.

Más adelante se llega al espacio central del campus, que en el proyecto original estaba compuesto por un anfiteatro al aire libe, el Circle Forum, hoy cubierto con una plaza seca. La amplia remodelación encarada en los ’90 eligió perder este espacio emblemático ideado por Netsch, en pos de mejorar la circulación entre los distintos bloques y de ganar superficie verde. En el perdido anfiteatro se celebraron múltiples actividades culturales y sobre todo las tumultuosas asambleas de protesta estudiantil de fines de los años ’60. Hoy en día la tranquila plaza, en donde me siento a ver pasar las oleadas variopintas de estudiantes, parece ser un espacio ciertamente más funcional, pero también más anónimo. Con la demolición del anfiteatro, también se fueron las pasarelas que comunicaban los edificios, verdaderas autopistas peatonales, que eran una parte significativa del proyecto original, muy a tono con la ríspida época en que fueron realizadas. Hoy estas, que –es justo decirlo– tenían severos problemas de mantenimiento, fueron reemplazadas por unos más tranquilizadores jardines, más a tono con la cultura “light” de nuestros días.

El espacio central se encuentra, hoy como ayer, rodeado de edificios de pequeña escala, todos de magnífica factura, que contienen los distintos espacios académicos y mantienen el impecable estilo que les imprimiera su autor. Uno de ellos, el Lincoln Hall, ha sido recientemente remodelado y ha sido muy premiado por sus características ecológicas, lo cual sin duda es apreciable. De todos modos, su aspecto resulta algo anodino y su valor arquitectónico no dudo de que es muy inferior al de su predecesor.

Termino el recorrido yendo hasta el final de esta parte del campus, que se cierra con otra pieza magnífica de Netsch, esta vez de escala monumental, el edificio del Sience and Engeneering Laboratories. La desaparición de la pasarela elevada le otorga un aspecto aun más grandioso al pasaje por el cual se lo atraviesa, flanqueado de una magnífica serie de columnas de múltiples altura y compleja geometría. Superado este edificio-pórtico, y cruzando la ancha Taylor St., está el último de los edificios proyectados por Netsch, el Sience and Engeneering South. Este repite en escala mucho más grande, aunque con menor sutileza, la propuesta del edificio de arquitectura y es un ulterior desarrollo de sus teorías compositivas. A lo lejos, el edificio  adquiere un aspecto de ciudadela amurallada medieval, que resulta sugestivo y disminuye el impacto de su masa a nivel peatonal.

Atravesado el edificio, que como los restantes pasa como un puente sobre la calle, continué, bordeando el algo desolado campo deportivo. Llegado a la próxima calle, Roosevelt St., doblé a la izquierda en dirección a la ciudad atraído por la forma del techo curvo del UIC Forum. Antes de cruzar se distingue la torre central de la iglesia católica de St. Francis, preferentemente dedicada a la feligresía latina, que introduce el tema del ladrillo que va ha ser explorado en los edificios del vecino University Village. A la derecha de Forum, que toma, retirándose, la esquina de Roosevelt St. y Halsted St., aparecen los bloques de habitaciones para estudiantes James Stukel Towers. Estos, junto con el vecino Forum, conforman un conjunto felizmente amalgamado, obra de 2007 del estudio global, originario del Saint Louis Missouri, Hok, que expone con solidez su destreza formal. Sobre todo resulta logrado el uso del ladrillo en las viviendas, que de alguna manera remite, aunque con otro énfasis, a las propuestas de Walter Netsch.

Terminada la recorrida por el UIC, volví a meterme en el subte para luego de algunas combinaciones llegar, para una segunda visita, al IIT. Esta vez llegué desde la estación del tren que, como en el caso anterior, se encuentra sobre la autopista. Luego de una breve recorrida que me sirvió para revisitar y verificar algunas cosas, seguí en colectivo para repetir otro destino en el cual no habíamos tenido suerte: la Robbie House. Tampoco en este caso me acompañó la fortuna, ya que la vistas que quedaban por realizar ese día estaban ya con el cupo completo. Después de mis ruegos en pésimo inglés, alegando ser arquitecto, wrightiano de corazón y venir del otro extremo del planeta, la mujer me dijo que iba a hacer una llamada para pedir una excepción. Luego de un breve diálogo, y cuando yo ya estaba seguro de haber ganado la batalla, colgó y con cara imperturbable me dijo: “sorry, no”.

Algo desilusionado, caminé nuevamente mascullando mi derrota, por el bellísimo barrio de casas que rodea la Chicago University y volví a tomar el subte en la dirección contraria a la que había venido. Esta vez mi destino estaba en el otro extremo de la ciudad. De sur a norte recorrí un trayecto de alrededor de 25 kilómetros, que comenzó bordeando la autopista, luego se hizo subterráneo bajo el Loop y más tarde salió a la superficie para atravesar los suburbios del norte. Esta última parte se hizo muy agradable porque el recorrido se hace más cerca del lago que se deja entrever entre los edificios que se elevan sobre las construcciones que van perdiendo altura con el pasar de las estaciones.

Bajé en Loyola, mi destino final, donde quería ver algo de esta prestigiosa universidad jesuítica. El campus de la Loyola University tiene la particularidad, por demás atractiva, de ubicarse directamente sobre la playa del siempre aparentemente tranquilo lago Michigan. Ingresé al espacio central, el East Quad, por el norte, rodeando la pista de atletismo y la Joseph Gentile Arena, estadio multipropósito recientemente renovado por Solomon, Cordwell & Buenz. El espacio, que por la hora lucía prácticamente desierto, está rodeado de edificios de un estilo indefinido de referencias tan múltiples como inciertas. Los de la derecha, los primeros en ser construidos a principios del siglo pasado, son de ladrillo, con algunos detalles en piedra. En cambio los que dan al lago, revestidos en piedra blanca, tienen mucho mayor interés. Estos últimos fueron proyectados por Andrew N. Rebori, uno de los tantos discípulos de Sullivan, durante los años ’30, y con sus techos de teja le dan al conjunto un cierto aire español, que alude a los orígenes de la Compañía.

Entre ellos, destaca en primer lugar la iglesia de la Madonna della Strada, por su implantación frente al lago y también por su estilo ecléctico que combina con acierto una modernidad de impronta decó con reminiscencias españolas. Sobresale sobre todo en ella la alta torre de diseño austero, compuesta de nervaduras verticales que aumentan su esbeltez. El amplio interior, en cambio, está dominado por un blanco deslumbrante, interrumpido por mosaicos, y resulta bastante poco acogedor. El proyecto original fue ampliamente reestructurado en 1985 y finalmente reacondicionado en 2000, con algunas intervenciones no del todo felices.

Tanto la iglesia como el edificio, el Klarcheck Information Commons, se construyeron durante la gran depresión y mantienen una coherencia formal, dentro de su particular estilo. El centro de información, especie de biblioteca digital de última generación, fue también rediseñado por SCB, quienes además tuvieron a su cargo un replanteo global de todo el campus, que se está llevando a cabo en estos años. El Klarchek presenta una enorme fachada de vidrio, de alto vuelo tecnológico, que une los bloques originales ubicados en los extremos. El interior repite el esquema ofreciendo un espacio vidriado en múltiple altura, que se asoma directamente, sin intermediaciones, sobre el lago. El efecto es sencillamente impresionante y el paisaje transmite una calma que parece insuperable a la hora de pensar en un espacio apto para la reflexión y el estudio. A la izquierda de este, también del siempre sólido Andrew N. Rebori, la Elizabeth M. Cudahy Memorial Library cierra el grupo de edificios que dividen el East Quad del lago.

Después de caminar un poco bordeando el lago, emprendí el regreso en dirección de la ciudad, recorriendo la  Sheridan Ave. Esta avenida conserva el aire de una calle de ciudad balnearia, con edificios en torre a través de los cuales se deja ver el lago. Aprovecho un espacio entre ellos para continuar caminado un trayecto por la arena de la Hollywood Beach. Cuando termina la playa, retomo Sheridan Ave., a la altura de la simpática Saint Andrews Greek Orthodox Church, hasta llegar a otro de los edificios gemelos de Lake Point Tower, inspirados en los estudios de Mies. Se trata, como ya lo mencionamos en el primer día de visita, de Park Tower Condominium, cuyos autores son nuevamente SCB. Antes de llegar a este, dejé atrás el glamoroso Edgewater Beach Hotel, construido en 1916, en un estilo cercano al francés, que demuestra el pasado balneario de lo que hoy es un suburbio residencial.

El final del día, que sería el de todo el viaje, lo dediqué a recorrer el delicioso barrio residencial Lakewood-Balmoral. Conservado dentro de su trazado original estas pocas manzanas, no más de veinte, reúne una variedad de casas que responden a un patrón bien definido. Los terrenos a ambos lados de la Sheridan Ave., originariamente fueron destinados a grandes mansiones, mientras que  esta zona, del otro lado de las vías del tren, se volcaron a las pequeñas casas para la clase media. El desarollador de esta zona encargó a distintos arquitectos la construcción de grupos de viviendas para la venta, y estas a su vez, con el pasar de los años y las sucesivas remodelaciones, fueron cambiando su aspecto, manteniendo su tipología original. Mientras las anteriores mansiones fueron demolidas para dar lugar a las nuevas torres y complejos hoteleros, este pequeño oasis quedó preservado con todo su encanto hasta hoy, protegido como distrito histórico.

Ya casi sin luz recorro las tranquilas calles donde se asoman las casas que alguna vez fueron modestas y que ahora lucen espléndidas sin perder su sencillez. Todas, casi sin excepción, están precedidas de un pequeño jardín y de una escalera que introduce en un amplio porche que prepara el acceso. Con las luces del interior prendidas se pueden atisbar los sobrios interiores decorados sin estridencias, y a través de ellos uno puede intentar imaginar a sus habitantes con vidas tan tranquilas como sus muebles. Pienso que no sería un mal lugar para vivir, pero la noche ya cerrada me despierta del sueño. Mañana bien temprano emprenderemos el regreso a Buenos Aires, mi ciudad, que después de todo, no cambiaría por ninguna otra.


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